Diario Córdoba

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manolo fernández

FORO ROMANO

Manuel Fernández

Raphael y Serrat, el vicio de cantar

Aquellos espacios eran el decorado perfecto para oír 'El pequeño tamborilero', el villancico más famoso de Raphael

Joan Manuel Serrat, durante una actuación de su última gira en el Teatro Romano de Mérida. Diego Casillas.

Por diciembre, cercana ya la Navidad, cuando yo vivía por La Latina, cerca del Rastro, en la calle Toledo, 60, de Madrid, frente a la cervecería-marisquería La Paloma, que todavía sigue siendo baratísima, cuando el día tomaba el color de la noche y el romanticismo escarbaba en el corazón, yo me iba para abajo, para la iglesia de San Francisco el Grande, donde se casaron en 1973 Carmina Ordóñez y Paquirri. Y no era para escuchar flamenco, ni pasodobles. Es que aquellos espacios eran el decorado perfecto para oír El pequeño tamborilero, el villancico más famoso de Raphael, que este fin de semana venía a cantar a Córdoba. Aunque las canciones que más nos gustaban de este muchacho de Linares eran Yo soy aquel, Mi gran noche, Desde aquel día, Cuando tú no estás o Digan lo que digan, que bailábamos agarraos en el Casino Manolo, en la discoteca Juli o en el bar Antoñín. Ahora que lo pienso, quizá fuese esa su diferencia con Serrat –que también viaja este fin de semana a Córdoba--, que las letras del cantautor del Poble Sec no eran, en principio, un empujón para bailar agarraos sino más bien una llamada al amor de pensamiento y reflexión. Raphael era la marcha, la discoteca, el ruido, la voz que te movía, el acercamiento de los enamorados. Serrat era un paisaje, una evocación, Lucía o La mujer que yo quiero, el cielo, el mar, el Mediterráneo o un barquito de papel. El La, la, la en catalán o el protagonismo de Massiel en aquel festival de Eurovisión. Raphael era la música. Serrat, el pensamiento y las revistas. Raphael siempre existió en las iglesias como el pequeño tamborilero que le cantaba al Niño Jesús. A Serrat me lo encontré en la revista Fans en 1966, cuando estaba estudiando en el Seminario y me llamaron la atención por comprar aquella revista que, supongo, no tendría nada de religiosidad. A los Beatles los había descubierto antes en el primer coleccionable que junté con los periódicos que compraba mi padre para su barbería. Cuando leer prensa era un aprendizaje necesario. Nunca se me olvidará aquella vez que Serrat vino a Córdoba en el 2001, cuando el Ateneo le entregó la Fiambrera de Plata en Bodegas Campos. Además de retratarme con él, con toda la naturalidad de una broma le pedí que le diera recuerdos a mi cuñao Rufino, nacido en El Guijo y trabajador en aquel momento en la Coca-Cola de Barcelona. Me prometió que se los daría. Seguramente había adivinado en mí aquel muchacho provinciano que en 1971 empezó otra vida en un colegio mayor de Madrid mientras leía La Regenta de Clarín y en el radio cassette de José Ángel no dejaba de sonar La mujer que yo quiero o Qué va a ser de ti fuera de casa. A los dos años, en 1973 –todavía estábamos en la dictadura de Franco—me regalaron en Salamanca Mediterráneo, en formato cassette, cuando aún no había sido escogida por votación popular como la que dicen es la mejor canción del siglo XX. Vagabundear, Barquito de papel, Pueblo blanco, Tío Alberto o Vencidos son canciones de Serrat muy distintas de las de Raphael, pero todas han sido creadas en una época en que nadie sabía de reggaeton, los periódicos y las revistas seguían teniendo su razón de ser y el móvil todavía no había invadido la personalidad de los amantes de la música, de Raphael o Serrat. Una cosa sí es bastante cierta: los fans de Raphael y Serrat han crecido con las necesidades de la postguerra, cuando no había ni agua corriente, ni cuartos de baño y cuando los patios eran una realidad en Córdoba que no merecían el calificativo de patrimonio de la humanidad. Aunque oyeron a los Beatles en los años sesenta y vivieron el lanzamiento de Mediterráneo en los setenta. Con Raphael hemos bailado y arrullado a la pareja. Con Serrat una generación de españoles hemos crecido en pensamiento y acción con su (bendito) vicio de cantar.

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