Diario Córdoba

Diario Córdoba

Antonio Mialdea

desde la periferia

Antonio J. Mialdea

El oficio de oír llover

El silencio nos permite pensar y así poder comunicar algo que tenga verdadero sentido e interés

Parece que el fallecimiento de Javier Marías nos ha devuelto el oficio de oír llover, que ya nos hacía falta. No la muerte de Marías, esa nunca nos haría falta. Fue precisamente el título que encabeza este artículo y que anteriormente encabezó una publicación suya, que reunía una serie de artículos periodísticos, quien me dio pie a escribir uno de mis textos poéticos que a continuación ofrezco a mis lectores (lo ofrezco porque ya está publicado):

Desde que escucho llover mi palabra es lenta/ y las gotas de lluvia, como tus lágrimas,/resbalan lentas por estas hojas de otoño./Desde que tú lloras la lluvia y el tiempo/acompasan el ritmo de los mensajes del agua,/ desde el norte hasta el sur, desde el otero/ hasta esta infinita soledad de un mar en calma/ en el que tantas y tantas veces/ aún hoy me parece que te espero.

El poema lo titulé ‘Desde que escucho llover’ y lo dediqué al autor del ‘Corazón tan blanco’. En el artículo que escribió Marías con ese título, y que se encuentra en el interior del volumen que publicó Alfaguara en 2005, Javier Marías realiza una crítica mordaz y feroz al absoluto vacío de contenido de los mensajes de nuestros políticos. Él utiliza como excusa unas manifestaciones del por aquel entonces recién nombrado portavoz del gobierno Eduardo Zaplana a propósito del día en que Sharon mandó desahuciar a Arafat, y miles de palestinos comenzaron a concentrarse junto a la casa de éste para protegerlo. Zaplana pronunció un mensaje en el que no dijo absolutamente nada, pero nada de nada. Lo transcribo tal cual: «Bien, el Gobierno, lo que piensa en ejtos momentos, ej que la situación requiere medidas que contribuyan a disminuir la tensión, ¿no?, y no a incrementarla. Y con eso yo creo, puej que le digo, de forma más o menos clara, cuál ej la posición del Gobierno en ejtos momentos, ¿no?». Marías reprodujo la atrocidad fonética porque quería dejar claro que no se debía a acento de región alguna, aclarando además que ninguno es mejor que otro y que todos son igualmente respetables, sino a una mala dicción injustificable en quien tiene estudios y es ministro.

El problema que plantea Javier Marías no radica solo en el vacío de contenido del mensaje de Zaplana sino en el conformismo de la veintena de periodistas que estaban allí para preguntarle, quienes ni se inmutaron ante aquel absurdo intento de acto de comunicación, y si me apuran, incluso, de acto de habla. Es decir, los periodistas escucharon aquella «sarta» de tonterías como quien oye llover.

Y es que hoy, como en el tiempo al que hace referencia este escritor, hablamos y hablamos sin parar y prácticamente no decimos absolutamente nada. Ya no vamos por nuestras calles en silencio sino que caminamos mandando mensajes a través del móvil o hablando por teléfono (por cierto, ya no podemos distinguir a los que hablan solos), pero hemos abandonado ese silencio tan necesario que nos permite pensar y así poder comunicar algo que tenga verdadero sentido e interés. Incluso lo noto no solo en el hablar sino también en el escribir. Algunos de los autores que sigo publican libros en los que prácticamente repiten lo que ya han dicho en otros. Es decir, se habla por hablar, se escribe por escribir pero se ha dejado de pensar para que hablar y escribir signifiquen y que a través de aquello que signifiquen obtengamos ese sentido que en nuestra realidad parece convertido a veces en un sinsentido. Pensar requiere tiempo y silencio y solo pensar nos hace libres porque el hablar y el escribir ya están tan pegados a lo real que no nos dejan la distancia precisa que requiere la libertad. El acto de pensar sí conserva esa distancia, la sombra que siempre asombra, que decía Rosalía... Rosalía de Castro.

* Profesor de Filosofía | @AntonioJMialdea

Compartir el artículo

stats