Diario Córdoba

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Miguel Aguilar

La vida por escrito

Miguel Aguilar

Seres sintientes

De todos es sabida la inteligencia de los grandes simios, delfines, el cerdo y algunas aves

El creador de ‘Lo que el pulpo me enseñó’, para ganar el Óscar al mejor documental, necesitó habilidad técnica, paciencia, y también algo de esa convicción intuitiva de que es posible la comunicación y el desarrollo de una relación de confianza y amistad entre el hombre y muchos animales salvajes tachados de inferiores. Lo sorprendente de este caso no fue que el protagonista humano mostrara aprecio por un pulpo, sino descubrir que un bicho tan raro como un pulpo pudiera tener algo parecido a sentimientos humanos.

Para la ciencia, sin embargo, la idea de que los animales son como máquinas que funcionan por instinto, sin sentimientos ni emociones, está lejos de la realidad. No hay que olvidar que los humanos somos una especie animal más, emparentada con los grandes simios y el resto de los mamíferos. Como resultado de extensas investigaciones a lo largo de décadas desde que se aceptara la evolución de las especies como teoría científica, muchas de las capacidades relacionadas con la inteligencia y la humanidad del ‘Homo sapiens’ se han ido reconociendo en animales cada vez más alejados de nosotros en la escala evolutiva. De todos es sabida la inteligencia de los grandes simios, delfines, el cerdo y algunas aves. De eso ya no cabe duda. Y la lista de animales inteligentes sigue ampliándose.

El desarrollo de sistemas de comunicación con algunos grandes simios como los chimpancés y bonobos ya nos permitió también descubrir un mundo interior no solo inteligente sino lleno de emociones y sentimientos como el miedo, el odio, el rencor, el amor y la amistad. Reconocer la existencia de sentimientos en un animal no es tan sencillo, porque requiere que el animal los exprese en su lenguaje y nosotros sepamos entenderlo. Reconocer las emociones es algo más sencillo. En el caso de los simios, por ejemplo, sus emociones son reveladas por expresiones faciales y gestos con las manos muy similares a los nuestros.

Con otros animales más alejados de nosotros, el contacto estrecho con ellos y el estudio de su comportamiento, como en el caso del perro, nos permite reconocer todo tipo de emociones en ellos. Y la observación de que guardan las emociones asociadas a sus experiencias en la memoria y responden en el futuro de acuerdo con sus recuerdos, nos hace comprender que saben que se emocionan y por qué se emocionan, o sea que son capaces de tener sentimientos como los nuestros.

Conforme los animales se hacen más extraños a nuestros ojos y más ajenos a nuestra experiencia, y menos complejos y evolucionados, más difícil resulta reconocer en ellos algo de humanidad en forma de emociones y sentimientos. Pero no es imposible. De hecho, los estudios del ámbito de la etología, unidos al conocimiento aportado por profundos estudios en bioquímica y neurofisiología, han permitido descubrir que las emociones y sentimientos están presentes en la mayoría de los animales, no solo simios y grandes mamíferos, sino también en el pulpo, la langosta o la abeja.

Es obvio que descubrir cierto grado de humanidad en animales que tratamos como alimento o como plagas nos debe, por lo menos, hacer reflexionar y repensar nuestra relación con ellos. La cuestión moral que se suscita no tiene una solución rápida y sencilla, pero eso no debe impedir que se convierta en objeto de debate en una sociedad civilizada.

La primera pregunta es si se debe reconocer legalmente a los animales (a todos, a algunas especies concretas) derechos derivados de su cierta humanidad. Algunos países ya empezaron este proceso protegiéndolos con normas como la ley contra el maltrato animal. Recientemente el Reino Unido ha reconocido a pulpos y langostas como seres sintientes y, en consecuencia, se han prohibido matarlos con agua hirviendo. Reconocer el sufrimiento animal implicará profundos cambios en nuestra relación con ellos, aunque esto llevará su tiempo; no podemos dejar de ser depredadores de la noche a la mañana. La tecnología agroalimentaria allanará el camino hacia una humanidad extendida.

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