No hay nada que enfurezca más a un psicópata que ser descubierto en su mentira. Te odiará, a muerte. Según las más exquisitas escalas de criterios para el diagnóstico de la psicopatía, un ego hipertrófico y su equivalente: natural ausencia de empatía, destacan sin duda como síntomas de primer orden en la personalidad psicópata. Así, conozco a unos cuantos sin tratar y, lo más inquietante, dado el «encanto externo» (primer punto de la lista según Cleckley) que los susodichos demuestran en comunidad, sin tan siquiera ser identificados como tales, ni por sus víctimas, ni por las autoridades que deberían proteger a estas de aquellos.

Lejos de mi intención despertar alarma o susto en el lector con la exposición de los restantes criterios de la lista, cuyo conocimiento, con toda seguridad, le llevaría a sospechar de un hermano, un hijo o, más aún, de sí mismo (por lo cual debería felicitarse y permanecer tranquilo, pues el verdadero psicópata jamás traicionaría su ego mirándose al espejo y reconociéndose tal cual es; en otras palabras, igualmente válidas para añadir a la lista: sufre una carencia total de humildad).

Mi intención es apuntar a ese demonio, el ego aniquilador de la empatía, que veo por todas partes en política, en la calle, el mundo laboral, doméstico, «artístico», tentando al personal para que frene una acción justa o, simplemente, mire hacia otro lado frente a otra injusta. Es a lo que empuja esta sociedad de los «gestos» vacíos, de las «apariencias», donde prima el mensaje fácil, ese que todos queremos oír (como muy bien enseña el neuromarketing) otorgando más credibilidad a los encantadores-mentalistas, ofreciendo carta blanca a muchos y variados psicópatas, en detrimento de sus víctimas. ¿No os habéis preguntado nunca por qué hay tan extensa gama de pastillas contra la depresión, diseñadas para no-pensar, para no-ver la cruda realidad, la verdad que todos conocemos y que el psicópata pretende seguir ocultando bajo su cua-dra-da fachada de racionalista? El psicópata no las necesita (más bien las diseña); nunca lo encontraréis deprimido: es pura vertiente maníaca.

La honestidad y la verdad conducen sin remedio a la empatía: la mejor medicina para acabar con el ego, germen de toda psicopatía y herramienta de cabecera, por lo que veo, de gobernantes y/o comunicadores de masas. El hambre de puro control ha desbancado al de poder. Locos al volante del manicomio. No hay pastillitas en las farmacias para anular al demonio ego. Sus principios activos fueron declarados ilegales, qué casualidad.

 ** Escritor