Todos sabemos de las tertulias o pertenecemos a alguna de ellas. ¿Quién no tiene o conoce una reunión de amigos que se junten habitualmente para conversar? Las hay de todo tipo: taurinas, deportivas, literarias, políticas, científicas... o sin especialidad, hablar de lo que se presente. Suelen tener como sede bares, tabernas, cafés y casinos -antiguamente, también reboticas- y horas concretas, aunque flexibles, de funcionamiento. Algunos autores apuntan que el origen de la palabra puede derivar del nombre de la parte más alta de un corral de comedias, llamada tertulia, donde tenían lugar las reuniones de los críticos para comentar las incidencias de las obras teatrales. Otros, quieren relacionarla con el filósofo Tertuliano.

El lunes pasado, en la conferencia que, sobre El vino en las tabernas, dentro del ciclo organizado por la Asociación de los Amigos de Córdoba, expuso Manuel Mª López Alejandre en Cajasol, se refirió a las tertulias que se transcurren alrededor de unas copas de vino, abundando siempre en la idea de disfrutarlo en compañía, aunque a ratos la conversación venga a ser sustituida por un relajante silencio. Las tertulias acostumbran a tomar el nombre de la taberna que los acoge y se rigen por sus propios códigos no escritos.

Me viene a la memoria una que fundó mi padre. La Tertulia del Ángelus se llamó. Tuvo por emblema, un catavino de forja sobre un pequeño pedestal de mármol. Se celebraba en el chiringuito Oasis, de Carvajal (Fuengirola) y desapareció hace más de quince años, cuando uno de sus miembros murió. Los demás no fuimos capaces de seguir. Empezaba la tertulia el 1 de julio y duraba hasta el 31 de agosto. A la 1 de la tarde, es decir, las 12 en invierno; de ahí su nombre. Su único estatuto era beber solamente vino fino de Montilla-Moriles. El resto era libertad. Las procedencias de los contertulios, variopintas: Madrid, Guadalajara, León, Oviedo, Málaga, Bilbao, Córdoba, Mérida, Sevilla... Las profesiones, dispares: médico, abogada, ferroviario, maestra, empresaria, viajante de comercio, agricultor, profesor, bailarín... Cada uno podía ir cuando quería, marcharse cuando lo deseara o no ir. Cualquiera, hombre o mujer, que se acercase con buena voluntad era bien recibido. Como tapa o entretenimiento comestible, los frutos secos; en alguna ocasión festiva, pescaíto frito; y cuando queríamos tirar la casa por la ventana, culminábamos con una paella.

* Escritora y académica