Sigue siendo imposible pasar por la calle Plateros sin detenerse ante lo que era Ashira Danza. Había que ver su pared roja, sus letras blancas, su arco de piedra, la bailarina con su velo amarillo y púrpura al viento, deshaciéndose en pétalos. Había un trasiego constante de bailarinas, que duró más de quince años. Formaba parte del poder de Ashira: entraba una arquitecta, una estudiante, una farmacéutica, una comercial, una ingeniera, una esteticista, y el primer día salía una bailarina ya para siempre, contando los pasos y orgullosa de sus compañeras. Hay una disciplina muy especial en trabajar doce horas y matar el día ensayando tres. Hay que ser muy artista, y hacer un esfuerzo de liberación personal. Si bailas en serio eres bailarina, y punto. Das respeto y lo exiges, y punto también. Después de marzo 2020 las exigencias sanitarias hacían imposible impartir las clases: se habría necesitado un polideportivo, y no un estudio elegante. Menos clases, más leyes, más alquiler y el cierre. La fachada seguía igual, hasta que hace algunas semanas rasparon las letras del nombre. Sigue mal leyéndose Ashira. El resto, hasta que no sea inevitable, supongo que se mantendrá por el propietario. Demasiado corazón.

Ashira era el proyecto de Carolina Prior, bailarina y profesora de danza. Carolina tiene unas virtudes evidentes, que el más miope puede apreciar en cuanto pisa un escenario. Carolina hace con su cuerpo y el espacio lo que otros hacemos con una estilográfica o un teclado los días buenos. Hace algunos años se subió con Carlos Sánchez a un escenario en Medina Azahara, de noche, con un ensemble de cuerda y piano-tocaba el violín el mítico Artaches Kazarian- y tal vez lo mejor que pueda decirse es que el escenario lo dominaba ella y no al revés, o sea, que ella doblegaba con cincuenta kilos de músculo mil años de historia, que es la definición de talento. Luego tiene otras no evidentes, bastante raras en la gente a la que se le da bien algo. Una, que no excluye a los demás de aquello que ama, y lo enseña de verdad. Otra, que no engaña al público, no mercadea: baila y dirige a sus bailarinas exactamente igual para bailar en un festival internacional, en el Gran Teatro, en un banquete de bodas o en la sala de un polígono con acceso restringido, como hace cuatro días. El público no lo sabría, pero ella lo sabe, y es lo que está escrito en los rincones que no se ven de la Sagrada Familia, perfectamente rematados como si estuvieran a ras de vista: «Dios lo ve».

Ese mantra, que es como una condena, tiene que dejar cicatriz por fuerza en alguna parte. Tienes que cerrar 17 años de trabajo, pero Dios lo ve. Te cargas a la espalda a tus alumnas y os da la noche bailando en un local ajeno, pero Dios lo ve. Enseñas lo que haces con respeto y cariño, y Dios lo ve, y Dios te ve arropada por las tuyas, trabajando por cincuenta aplausos como por mil.

Siempre hay un justo en las calamidades, en este caso Ashira y sus bailarinas, por el que los demás no somos destruidos.

*Abogado