No se han visto tiempos con tan poca humildad como los que vivimos. Porque, verán: dudar y cuestionar cualquier cosa no es malo. Más bien al contrario. Es saludable en política, en las relaciones personales, en ciencia y hasta con la más absurda conversación en el bar... Y menos en tiempos revolucionarios como los momentos actuales, sobre todo si recordamos que toda revolución siempre es muy dada, para bien y para mal, a reinventar desde la base.

Por supuesto que cualquiera puede expresar lo que desee, tenga o no razón y conocimiento de lo que habla. Faltaría más. Todos tienen derecho a dudar de lo que le cuentan y a manifestar su opinión, ya sea acompañada con un contundente golpe en la barra de un bar, que es muy típico, como a través de las redes sociales o a voz en grito.

Incluso en la ciencia, Alhacén (965-1040), el físico árabe al que se considera el padre del método científico, dijo que hay que cuestionar cualquier saber y someterlo a la experimentación, sin que sirva siquiera como argumento el prestigio del sabio que dijo tal o cual afirmación.

Pero (y ya saben que todo lo que se diga antes de decir «pero» no sirve para nada), pasarse de la sana crítica a la crítica ‘festiva’ y hasta a la chulería prepotente tampoco ayuda. Puede que por influencia de esas redes sociales, la globalización o la velocidad de los cambios sociales nunca ha habido más enterados que en estos tiempos. Por ejemplo, en redes sociales, con cuatro tópicos políticamente correctos, ya puedes capturar, juzgar, sentenciar y hacer que alguien pase una condena con más facilidad que el que, por ejemplo, se ha tirado sacando la licenciatura en Derecho y las oposiciones de juez durante más de una década.

Es eso lo que llama la atención en estos tiempos, que un imbécil con una simple frase refrendada por miles de ‘likes’ es escuchado antes por los que tienen responsabilidades que el profesional serio que se tiró años esforzándose en saber de lo que habla.

Antes, al menos eso creo, el que decía una idiotez sin tener ni idea y se imponía en la conversación mantenía cierto pudor, no mostraba tanta desfachatez. Ahora, me da la sensación de que el ignorante-sabio, tras hacer su crítica, además se siente titulado y se inventa sobre la marcha toda una teoría para demostrarla que, además, te obliga a escuchar.

Hemos pasado de la ‘Conjura de los necios’ al doctorado de los imbéciles. Tiempos en donde la ignorancia da un paso más allá en su atrevimiento y si, por ejemplo, sale uno diciendo que la Tierra es plana, pasándose por el forro del conocimiento el esfuerzo de millones de personas que han trabajado para aprender cómo es realmente el mundo, encima se ve licenciado en Geografía. Una época sin humildad en la que se escucha poco, que eso siempre ha ocurrido, pero nunca como ahora ello ha dado automáticamente al que critica una licenciatura en política, en derecho, en periodismo... en todo. Cualquiera es libre de criticar, pero ello no te da ningún doctorado.