En estos días el amarillo estará presente en los medios de comunicación. No será porque recordemos que era el color que Borges, ya ciego, podía identificar; tampoco porque el independentismo catalán haga presentes sus reivindicaciones más de lo que cada día escuchamos o leemos, aunque ahora no podrán exigir la liberación de los presos y es de suponer que sentirán vergüenza a la hora de defender la causa de su honorable Puigdemont, que no fue capaz de asumir su responsabilidad como sí hicieron los que ahora han sido indultados de parte de sus penas, porque a la vista de la movilización tan rastrera puesta en marcha por la derecha, habrá que recordar que no se les ha perdonado ningún delito. Sin embargo, el PP pone de manifiesto de manera evidente cuál es su línea de confrontación, así lo demostró el pasado domingo al no acudir al acto de homenaje a las víctimas del terrorismo en el Congreso de los Diputados, con unas excusas tan insólitas que merecerían formar parte del Manual sobre dicha práctica que comenté en estas páginas el pasado mes de marzo. Pero dejo a los populares anclados en su ruindad para volver al objeto de estas líneas: el amarillo.

Ese es el color que distingue al líder de la carrera ciclista más importante del mundo, el Tour de Francia, que este año ha comenzado antes para no coincidir con la celebración de los Juegos Olímpicos. Escribo el domingo, transcurridas las dos primeras etapas, con un accidente lamentable en la inicial, y ya ha habido dos líderes, Alaphilippe y Van der Poel, el primero de ellos es la esperanza francesa de ver un campeón de su país tras la etapa final de París, pues no lo ha conseguido ninguno desde que lo hiciera Hinault en 1985. Nuestros vecinos están huérfanos de victorias en sus dos referencias deportivas fundamentales, el Tour y Roland Garros. En el caso del torneo de tenis la espera se remonta a la victoria de Noah en 1983. Como hago otros años, intentaré seguir el final de las etapas, al menos de las más importantes, aunque no llego al extremo de Eduardo Galeano con los mundiales de fútbol, cuando cerraba su casa a cal y canto para que nadie lo molestara durante los partidos.

El pasado mes de mayo hablé aquí del Giro de Italia, e hice referencia a un libro. Ahora, el azar ha querido que el mismo día en que se iniciaba el Tour yo acabara la lectura de una obra de un ciclista, Guillaume Martin, al que algunos denominan como el ciclista-filósofo porque realizó los estudios universitarios sobre esa disciplina. Su libro tiene un título curioso: Sócrates en bicicleta. El Tour de Francia de los filósofos. Dice el autor en el Epílogo que entre las opiniones que ha escuchado sobre él están las de que «era demasiado simple, demasiado superficial o, por el contrario, demasiado difícil de entender». Supongo que eso depende de quién sea el lector, porque no estamos ante una obra filosófica ni tampoco acerca de la disciplina deportiva del ciclismo. Martin nos ilustra acerca de cómo es posible aplicar las teorías de diferentes filósofos al mundo del deporte, porque en su obra aparecen casi todas las grandes figuras del pensamiento que en este caso se reúnen con otros de su país para formar un equipo ciclista que participe en el Tour. Por supuesto, como no podía ser menos, los griegos juegan un papel clave, de ahí el título de la obra, pero también los alemanes, donde como todos sabemos hay pensadores muy potentes, también los franceses. En el equipo español solo cita a Averroes, no obstante los filósofos se mezclan con los nombres de ciclistas auténticos, aunque con pequeñas variaciones en su nombre, por ejemplo en Francia corre Anquepil. ¿Quién fue el ganador de ese Tour imaginario? Invito a un paseo en bicicleta por las 21 etapas del Tour en compañía de grandes filósofos para que lo averigüen.

* Historiador