A pesar de la vinculación establecida el pasado siglo entre el reino mítico de Thule y la simbología nazi, en la antigüedad clásica varios autores se ocuparon de situarlo en el norte de Europa, quizás en las costas de Noruega o incluso casi en el Polo, a juzgar por la descripción que hacen de sus veranos y la duración de los días en dicha estación. Para quienes nacimos a la lectura de la mano de los tebeos, está vinculado a un personaje central de las aventuras del Capitán Trueno. Se trata de su novia, Sigrid, reina de Thule, por tanto perteneciente a los vikingos, y así aparece por primera vez en el nº 3, en su encuentro inicial con Trueno. Lo hace junto a su padre, calificado como «pirata vikingo»: Ragnar Logbrodt.

Tras un primer enfrentamiento, Trueno será la pareja de Sigrid y Ragnar un amigo, que morirá en una de las aventuras, pero no sin antes dar a conocer un secreto: Sigrid era en realidad hija del rey vikingo Thorwald, de cuyo ejército Ragnar fue capitán. Se enfrentaron a otro rey, Klingsor, «el tirano más cruel de cuantos oprimieron las tierras del sol de medianoche» (las referencias de Víctor Mora a estos personajes hay que leerlas con la clave de la dictadura franquista). Derrotados, salieron de su país hacia un lugar al que había llegado un navegante vikingo, Leif, una tierra bautizada como Winland (país del vino), y al que también llegó Erik el Rojo, afirmaba Thorwald. En aquella travesía nació Sigrid. A pesar de las dificultades, una parte de los seguidores de Thorwald llegaron a su destino y Ragnar encontró un lugar adecuado para ocultar el tesoro del rey, una gruta escondida tras una cascada. Un día, tras salir de exploración para localizar una zona donde construir un castillo, se encontró a su vuelta con el campamento destruido por los indígenas y todos sus compañeros muertos, incluido el rey, si bien de forma milagrosa solo se había salvado Sigrid. Dejó los cuerpos de sus padres en el mismo lugar que el tesoro y emprendió el viaje de vuelta junto a la niña, que crió como su hija. Cuando estaba a punto de morir, le pide que recupere los cuerpos de los reyes, junto con el tesoro. Y así lo hicieron tras varias aventuras en las que Trueno tuvo oportunidad de conocer el continente americano, donde por supuesto también había tiranos.

A través de este relato fue como los niños lectores de tebeos supimos que los vikingos habían llegado a América antes que Colón, lo cual no era una invención de Mora, el creador de Trueno, sino que las evidencias arqueológicas lo han puesto de manifiesto, tal y como ha corroborado una reciente publicación difundida hace unos días, por la cual sabemos que los vikingos estuvieron poco tiempo en las costas de Canadá y disponemos de una fecha concreta, que no determina su llegada, pero sí cuándo estaban asentados en el campamento de L’Anse aux Meadows, justo hace mil años, en 1021.

La realidad no es como aparece en las aventuras de Trueno: los malos, malísimos; los buenos, buenísimos, y siempre triunfaban la verdad y la justicia. Las cosas no son tan simples, por tanto sería necesario introducir en la vida pública mayores dosis de razón, y para ello es necesario huir de la aceleración que hoy se nos impone en casi todo. En consonancia con esta idea, estas referencias a los vikingos y a mi admirado Capitán Trueno me sirven para poner un punto y seguido a estas colaboraciones que bajo el enunciado de ‘Ars memoriae’ han llegado a estas páginas desde 2014. No es una despedida, solo un receso para dedicar un tiempo a la reflexión. Mi agradecimiento a cuantos me han leído, incluso sin estar de acuerdo con mis opiniones, que nunca he pretendido imponer a nadie. Por supuesto espero aparecer de forma esporádica hasta que, si este diario lo tiene a bien, recupere mi colaboración semanal. Hasta pronto.