Se atisba el final, se huele en el ambiente y además huele a mayo, a farolillos reventones suspendidos en el hilo de la imaginación. Ya huele a besos y abrazos, a bailes pegados, ya huele, ya.

El viernes pasado con motivo de los Oscar volvieron a emitir la siempre apetecible película española ‘Volver a empezar’, esa que señaló a España en el mapa de Hollywood para convertirse en la primera película de las que siguieron y de las que vendrán con un Oscar en su currículum.

Esta vez, no se si la octava, me sorprendieron dos cosas. La primera que Jose Luis Garci no tenga una calle, que digo una calle, una avenida en Gijón, después de que el mundo empezara a señalarla en el mapa con el deseo irrefrenable de ir. !Así son los políticos! En cualquier sitio y de cualquier signo se pelean por calles de nombres absurdos y no le colocan a otras (hasta con neón) el nombre de sus mejores embajadores. Tardé muchos años, pero un día por fin llegué a Gijon y recorrí los mismos lugares que Ferrandis mientras me ponía en mis auriculares la banda musical de ‘Begin the Beguine’. Cuando por fin lo hice y dormí en el mismo hotel, en aquella habitación suspendida en el tiempo, cumplí un fantástico sueño.

La segunda fue descubrir que ahora me hallo peligrosamente casi en la edad de la pareja protagonista, la que antes veía en el lejano horizonte preguntándome si esas historias de amor podrían ser reales a esa edad. Pues doy fe de que lo son, porque el amor, el amor de verdad, no entiende de colesterol, ni de canas y para volver a empezar nunca hay una edad definida. Siempre es la mejor opción.

Pero a lo que iba, que me pierdo en las historias más que mi padre. Y es que aquella historia de Oscar fue en realidad un homenaje a las historias interrumpidas por algo terrible: una guerra tan fraternal como absurda, que solo sirvió para partir familias, historias y corazones.

Y ahora a nosotros nos pasa igual. Nuestras historias quedaron interrumpidas por algo igualmente terrible, un virus asesino y mutilador. Pero ahora huele a final. Como a Ferrandis, incluso en las peores circunstancias de la vida, siempre existe la oportunidad de volver a empezar. Y hay que volver a empezar. Volver a retomar las historias interrumpidas; volver a los viajes de nuestros sueños; volver a reunirnos sin contar cuantos estamos en el grupo; volver a ver a los que llevamos más de un año sin abrazar; volver a salir de fin de semana sin mirar ningún decreto, ir a conciertos, llenar estadios, beber de la misma botella... Y volver a empezar. Ser libres de nuevo. Ya huele al final. Prepárense.

* Abogada