Si el Banco de España se preocupa por los jóvenes, estamos arreglados. Quiere decir esto que si este organismo, que cuando alude a la población española suele hacerlo para pedir que se ajusten los salarios o alertar de que será imposible pagar las pensiones, alerta en un informe del terrible legado que le dejamos a las nuevas generaciones, va siendo hora de ponerse las pilas. En un interesante programa en la Ser uno de los ponentes se pregunta por qué el debate social y político se enciende con las pensiones y el 40% de paro juvenil deja a la sociedad indiferente. Concluyen que son los mayores los que más votan y por eso se les hace caso, y no sé más, porque no pude pararme a escuchar. Quizá también tenga que ver con estos padres de la generación del baby boom que se lo dan todo hecho a los hijos, quizá tenga que ver con que la mayoría se monta en los treinta años sin emanciparse, quizá se deba a que el problema se sufre en cada casa y no de una manera organizada. Tal vez se les ha enseñado solamente a vivir bien, como ese Satanás que le dice a Jesucristo “todo esto te daré”, y las dos crisis sucesivas, la del 2008 y esta de la pandemia, se encargarán de convertirlos en una generación frustrada.

Desempleados, con un porcentaje elevado sin formación, bloqueados ahora por el covid-19, con trabajos extenuantes y mal pagados, los jóvenes no pueden construir su futuro y el relevo generacional se retrasa (salvo en la política, lugar ideal en el que se puede cobrar un sueldo sensato y hasta te pagan el móvil, una profesión horrible de la que casi nadie quiere salir), porque si hace un par de décadas a los 30 años la gente tenía más o menos encarrilada su vida, ahora continúan con becas y viviendo en pisos compartidos.

Sí, lo del alquiler. El informe ‘La crisis de la covid-19 y su impacto sobre las condiciones económicas de las generaciones jóvenes’ dice que los que se independizan dedican al menos un 30% de su sueldo a pagar el alquiler de la vivienda. No es cuestión de enmendarle la plana al Banco de España, faltaría más, pero ya desde aquí le digo que se queda corto. Si no, ¿de qué iba a estar Madrid lleno de pisos compartidos por jóvenes obligados a jugar a ‘Friends’ sin el encanto de la serie neoyorkina? Madrid, faro al que se dirige el paro de buena parte de España, está lleno de treintañeros compartiendo piso en zonas más o menos céntricas de la capital para no tardar dos horas en llegar al trabajo (un trabajo al que estarán doce horas entregados), pagando alquileres astronómicos que ya se están extendiendo por toda España. Quizá en Córdoba la mayor parte de los pisos compartidos sean de estudiantes,  pero la tendencia está clara. ¿Hay que actuar en el precio del alquiler? Quizá lo adecuado sería actuar en la oferta de vivienda, para cortar la trayectoria de feroz avaricia de algunos arrendadores.

Así que, amigos -‘Friends’- a la fuerza, instalados en pisos viejunos donde las puertas tropiezan y no hay, desde luego, la amplitud de la que gozaban Mónica, Rachel, Ros, Joey, Phoebe y Chaendler frente al Central Park. Turnos para el baño y la lavadora que les hacen añorar los limpios dormitorios de la casa de sus padres y un frigorífico del siglo XXI. Reventaditos a trabajar, sin tiempo para pensar o planificar, haciéndose mayores en una juventud que no es eterna, metidos en un círculo del que cuesta trabajo salir. Y eso, los que tienen trabajo y alguna esperanza, esas chicas y chicos cualificados a los que en su tierra no hay nada que ofrecerles y que se llevan el talento por esos mundos. Luego nos extrañamos de que la natalidad haya caído en febrero un 20%. Con covid y con vacunas. Pero, eso sí, el debate político no se detiene en ellos, ya ven la campaña del 4M en Madrid.