El 16 de junio de 1936, un grupo de 34 diputados de la derecha presentó una proposición no de ley en el Congreso de los Diputados para pedir al gobierno «la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España». El primer firmante era José María Gil Robles, y encabezó con su discurso la defensa de la proposición, lo hizo mediante una descripción sombría de la situación de España, lamentó que el gobierno se apoyara en fuerzas que pretendían «cambiar el orden social existente», y concluyó con que el país vivía en estado de anarquía y solicitó medidas para solucionar la situación. La proposición no fue aceptada, pero entre las diferentes intervenciones en la Cámara cabe resaltar la de José Calvo Sotelo, que en un momento de su primer discurso, en defensa de lo que denominó como «Estado integrador», afirmó: «A este Estado le llaman muchos Estado fascista; pues si ese es el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo en él, me declaro fascista».

Entre otras intervenciones, tuvo lugar la de Dolores Ibárruri, utilizada después para atribuirle una frase referida a que ese iba a ser el último discurso de Calvo Sotelo, pero de la misma no existe ninguna prueba documental en el ‘Diario de Sesiones’. Rafael Cruz ha calificado el hecho como una invención, Hugo García la considera apócrifa y la propia diputada se refirió a que los «plumíferos franquistas» habían divulgado una «infame patraña», lo cual no evita que la derecha recurra de vez en cuando a esas palabras para intentar demostrar que existía un plan para asesinar al diputado derechista, al tiempo que les servía para justificar el golpe militar del 18 de julio. Hoy sabemos que las conspiraciones (de monárquicos y de militares) se habían fraguado años antes, desde que se iniciaran los contactos con la Italia fascista, como ha documentado Ángel Viñas.

Tras la guerra vendría una larga dictadura, sin embargo los años de la transición hicieron concebir la esperanza de que hubiéramos escarmentado de cuanto significaba un discurso político basado en el odio y en la intransigencia. Algunos teníamos la esperanza de que aquella experiencia actuara como una vacuna frente a posiciones ideológicas basadas en describir la realidad como un caos, cuando no en poner en duda la legitimidad de las instituciones. Pero las palabras que algunos días se escuchan en las cámaras parlamentarias y, lo que es más grave, los hechos acontecidos durante la campaña de las elecciones autonómicas en Madrid, prueban que la sociedad española no poseía aún suficientes anticuerpos contra la intolerancia. Porque eso es lo que practica la ultraderecha española, representada por Vox. No estoy seguro de que se les pueda aplicar con propiedad el término de fascistas, quizás porque tengo una comprensión de ese movimiento que me conduce a situarlo en la Europa de entreguerras, y también porque a veces se ha utilizado con cierta ligereza esa palabra, con lo cual se producía una inflación del término, perdía valor porque desde una cierta izquierda se aplicaba para todo aquello que provenía de posiciones conservadoras, lo cual era una exageración.

Podemos discutir acerca de que sea o no fascismo lo representado por la ultraderecha, pero sí resulta evidente que buena parte de su discurso está asumido por un sector del PP (no olvidemos que ahí estaba refugiada la extrema derecha española), basta con escuchar a su candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, que no descarta tener que contar con Vox para gobernar, pues hay alguna cosa en la cual no coincide pero sí en otras muchas. Y ante todo, queda muy claro que los demócratas deberíamos actuar, cada uno en la medida de sus posibilidades, para conseguir la inmunidad de rebaño frente a la ultraderecha.

* Historiador