Hasta los 8 años, no hay diferencia en los niveles de confianza en sí mismos, entre niñas y niños; sin embargo, a partir de esta edad, la convicción de las niñas en sus propias capacidades disminuye un 30%. Esta es la reveladora conclusión a la que llegaron las investigadoras Katty Kay y Claire Shipman después de entrevistar a 1,400 niñas y niños de 8 a 18 años.

Es un síntoma de nuestra sociedad: la perfección que se demanda a las mujeres y que nunca alcanzamos, lógicamente, ya que por suerte el ser humano es perfectible. Si no fuese así vaya aburrimiento de vida.

Los padres y las madres de las 800 niñas de la muestra se preguntaban qué podría haber pasado para que sus hijas, que antes no tenían tantas dudas sobre ellas mismas, hubiesen sufrido esa transformación. La respuesta la conocemos todos. Basta mirar a nuestro alrededor y detenernos en los anuncios sobre mujeres de nuestras calles o medios de comunicación. Es sorprendente cómo la palabra perfección o perfecta es la que más se maneja.

Y las niñas se educan en el miedo a no estar a la altura. Así se socializan y así desarrollan habilidades sociales para escapar algo de la inseguridad que esto les crea. Una vez que somos adultas, el temor a meter la pata, a no alcanzar el nivel exigido, nos hace seguir en la misma línea de perfección. Nosotras mismas intentamos ser superwoman.

Luego, ya casi al borde de la jubilación, como escribí en otra columna, descubrimos las ventajas de ser mayor y a no tener la obligación de ser tan bella, tan inteligente, tan especial como todas las demás. Esto hace que los recelos y la cobardía vayan escapando. En esta edad ya no nos sentimos con la necesidad de compararnos con todas y cada una de las mujeres que conocemos o que nos sonríen desde los escaparates o marquesinas, pues si bien una es muy bella, otra sexi, otra inteligente, una cuarta divertida, cada una de nosotras nos vamos sintiendo más valerosas, más resueltas, más firmes y decididas. Y somos mucho más felices.

Es fácil deducir la correlación entre el auge de consignas publicitarias (y ahora últimamente incluso las políticas), que son tan banales e intrascendentes y que nos asolan, y la falta de reflexión y atolondramiento en esta forma de vivir superflua que con tanta ligereza nos hace ser pueriles y nos alcanza a todos y cada uno en mayor o menor medida. Me atrevería a decir que es una de las manifestaciones inequívocas de nuestra sociedad de consumo, de pensamiento simple.

Vuelvo los ojos buscando ilusión y cierto sentido de la perspectiva, y encuentro a la doctora química Julieta Larrosa por ser la ganadora del concurso de Rap Science convocado por Ciencia a la Chilanga, un proyecto impulsado por la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México y la compañía En Lo Que Siendo Conciencias Teatro y Ciencia S.C. Pues bien el concurso consistía en crear un rap centrado en el tema de las mujeres en la ciencia.

La letra de su rap es muy elocuente de cara a salvar a estas niñas y a la vez a estos niños, para que nuestra sociedad sea más igualitaria en deberes y derechos.

Dice:

«Aférrense a sus sueños/ como la hiedra a las paredes./ Sean fieras y valientes/ porque juntas vamos a romper/ el techo de cristal,/derrumbar los estereotipos,/ despegar los pies del piso,/ Les preciso: ¡No, no se va a caer!,/ lo vamos a tumbar».

En fin. Entiendo que esta necesidad de igualdad y equilibrio entre mujeres y hombres ya es apremiante. Y la letra del rap es válida no solo para niñas y mujeres, sino para adolescentes, adultos, mayores y para cualquiera que busque una sociedad más igualitaria.

Como otras veces quiero apoyarme en el pensamiento de María Zambrano que, en su intento de llevar el raciocinio a todos los espacios de la realidad humana, llamaba «la realidad de la entraña». Es nuestra realidad, la de las entrañas.

** Docente jubilada