Opinión | TRIBUNA ABIERTA

De Marilyn a... pasando por Tina

Hace días dejamos atrás el 25N. ¿Ya está olvidado?

Cuando reflexiono sobre la violencia que se ejerce sobre las mujeres, sea o no 25 de noviembre, no puedo evitar recordar que la mismísima Marilyn Monroe la sufrió, o Tina Turner, dos mujeres inteligentes, ricas, con influencia social, con éxito y reconocimiento en sus trabajos, hermosas, amadas, envidiadas... que a su vez fueron víctimas de violencia sexual, física y sicológica. Denostadas y humilladas, las agresiones que recibieron eran conocidas y públicas.

Digo que no puedo evitar recordarlas porque estos casos me sitúan de manera cruel ante la realidad de las miles de mujeres que sufren violencia, algunas incluso hasta ser asesinadas, que ni son conocidas ni valoradas como Marilyn o Tina. Muchas de ellas pobres, sin trabajo o muy precario y encima cargadas de responsabilidades.

Son las ausentes, las que deberían levantarnos una tempestad de emociones y soliviantar nuestros principios éticos, las que nos exigen que las miremos a los ojos para conocer su sufrimiento y tristeza; las que nos interpelan para que logremos un cambio de mentalidad y costumbres; las que reclaman que legitimemos posturas más decentes como sociedad democrática que no debiera transigir ni lo más mínimo ante su daño y su tortura.

Esta adquisición de postulados más justos y honestos, tanto individual como colectivamente, sería como caer con Alicia en el agujero y conocer otro mundo desconocido pero real que nos asombrará, que nos apremiará a comportamientos nuevos y respuestas por descubrir, que alterará nuestros hábitos más reconocidos. Claro que en el cuento, cuando Alicia despierta del sueño, se va a jugar. Lamentablemente, hacemos lo mismo en el caso de nuestra sociedad limpia y democrática: entramos en el hueco, en la gatera cada 25 de noviembre y luego, a jugar. No logramos que las voces de nuestras conciencias ni los gritos de tantas mujeres, remuevan algo más que pintar las rosas de rojo, como en el relato, sin renovar interiormente los datos estremecedores de las mujeres asesinadas, de las ausentes.

¿Y por qué aún seguimos encontrando justificación a este tiempo oscuro y se habla con descaro de lugares donde las mujeres sufren un trato cruel, brutal, inhumano por parte de los hombres que alegan fidelidad a principios religiosos? En conversaciones ligeras es fácil que prevalezca el argumento de que vivimos en una sociedad democrática que nos iguala y quita temores. Incluso nos hacemos eco del paisaje de tiempos anteriores más oscuros para que el tiempo actual salga beneficiado y así acallamos nuestras conciencias.

Tememos ofender no sé a quién ni por qué, pero parece que nos avergüenza tratar descarnadamente en nuestro propio ambiente, la verdad del sufrimiento y del poder omnímodo que ejercen unos seres humanos sobre otros. En el caso que nos ocupa, la violencia que los varones machistas ejercen sobre las mujeres en un número inadmisible y que nos debiera, cuando menos, sonrojar.

Pero podemos mejorar, salir de eso que llamamos zona de confort de nuestras convicciones, más o menos razonadas, y abrirnos a la confianza de vivir sin amargura, sin recelos entre mujeres y hombres, como explican las filósofas expertas en el tema.

Nos encontramos sin duda ante una cuestión grave a la que hay que seguir buscando solución sin tregua. Pero no quiero acabar sin esperanza y me sorprendo oyendo de fondo a Louis Amrstrong. En un momento del concierto interpreta ‘What A Wonderful World’ mostrando una sonrisa sin recato con esa su majestuosa dentadura. Porque en el fondo, y a pesar de nuestras debilidades, estoy convencida de qué bonito es vivir, señoras. Qué bonito es vivir, señores.

Pero... Imposible olvidar que esas mujeres violentadas también tienen derecho a disfrutar, sin reservas ni condicionamientos, de la vida.

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