Diario Córdoba

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Lola Alonso del Pozo

tribuna abierta

Lola Alonso del Pozo

Saber disfrutar

En la nostalgia nos sentimos más honestos porque atendemos a nuestros instintos con verdad

Todo ha pasado del rojo al ocre en un suspiro, otoño, que es como decir que se cede a la nostalgia. Y si se tiene a alguien especial lejos, más aún. Pero hay que estar atentos porque en estos temas sentimentales no se puede ser inocente por difícil que resulte sustraerse a ciertas tendencias moralizantes que pretenden aleccionarnos en el mal arte de no saber disfrutar.

Por ejemplo, la simpleza de creer que el dinero es algo superfluo e incluso demoníaco. Recuerden las películas y canciones de otras décadas no muy lejanas, en ellas abundaba el orgullo de ser pobre. Ea, ahí queda eso.

Claro que el dinero no lo arregla todo, no; pero que ayuda mucho a vivir mejor, sí. Esa es la inocencia de la que hablo. En el amor ya ni les cuento.

Pero la nostalgia no tiene por qué ser negativa. De hecho nos crea un estado de ánimo sereno, tranquilo, como de dulce melancolía y nos envuelve de romanticismo mientras rememoramos otros tiempos que siempre creemos más felices.

Añadiría que en la nostalgia nos sentimos más honestos, más decentes porque atendemos a nuestros instintos con verdad, a nuestro interior. Eso de una tarde de lluvia, de sofá, mantita y una buena charla o una película japonesa o un libro de viajes con Luz Casal o un mix del dúo Tony Bennet y Lady Gaga de fondo.

O solo recordar, recordar... ¿No les parece apetecible? Es otoño, esa palabra que suena a belleza en tonos cobrizos y que nos anima a que dejemos correr el tiempo sin bajarnos de esta montaña rusa, de este laberinto que es la vida.

O no hacer nada. Menudo placer.

Me pregunto, a pesar del lío que nos rodea en este presente convulso y tembloroso, donde las certezas están bajo mínimos, ¿cómo es posible que olvidemos que lo lúdico es tan satisfactorio por necesario como el trabajo o esa pretensión desmesurada por hacer cosas, con una energía que nos empuja a precipitarnos persiguiendo las vías vacías de un tren que no existe?

Hoy la nostalgia no acaba, no cierra heridas. Es todo tan extraño en el amor otoñal que nos sentimos torpones demasiado a menudo y anochece muy pronto. Acaso esa oscuridad sea nuestra aliada y nos proteja y nos proporcione seguridad.

Cierro los ojos, sin miedo, con la emoción y el deseo de que la nostalgia del otoño me lleve al milagro de escalar una montaña, hacer submarinismo, volar en ala delta y, en el summum de la locura, cantar con Franco Battiato ante un estadio lleno de gente feliz ‘Cerco un centro di gravità permanente’. Busco un centro de gravedad permanente.

Así, en este paso del rojo al cobre, me quedo con la necesidad de reivindicar el placer en otoño, de saber disfrutar cuando leo despacio a la lúcida Almudena Grandes: «luego alcancé a comprender que el tiempo nunca se gana, que nunca se pierde, que la vida se gasta, simplemente».

* Docente jubilada

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