Leer con un bebé es posible. Lo juro solemnemente porque he doblegado esa fuerza de la naturaleza. Si el bebé es una de esas legendarias criaturas que duermen amorosamente, todo inocencia y silencio, este breve manual carece de sentido. Lea lo que quiera y por favor no me lo cuente. Yo comparto mi estrategia como padre de un bebé que no duerme, o mejor, que duerme un máximo de 5 horas al día repartidas entre cabezada de la mañana, de la tarde -con suerte- y siestas racheadas entre las doce de la noche y las cuatro y pico de la mañana, con respeto a sus amadas vigilias para escalar, reírse o explorar.

En un primer momento, mi consejo es usar al bebé de atril. Uno se sienta, apoya los pies formando un ángulo de 90 grados, deposita al bebé en las piernas, bocarriba, y a su vez apoya el libro en el bebé. Así nos leímos verbigracia ‘Desde el jardín’, de Kosinski, que como es ligero no desafía la resistencia del bebé ni su paciencia. Esto puede servir un par de meses, pero es probable que entonces el bebé se niegue a sacrificarse por el equipo y quiera que su lectadre (lector+madre o padre) se mueva constantemente. Cris lo miró y resulta que es un instinto atávico del bebé, que piensa que para huir de los depredadores tienes que estar con él, de pie y moviéndote. Es el momento de emplear la técnica conventual. El lectadre traza un perímetro en torno a un mueble razonablemente grande, como una mesa de comedor, embute al bebé en un pañuelo de porteo y sostiene el libro por detrás de su cabeza, sin parar de andar. El bebé se queda frito rápidamente y pueden leerse obras poco mareantes, como los ‘Seres queridos’ de Waugh o cualquier otra obra que se pueda liquidar en un paseo.

¿Y los tochos? Ajá, quiere usted compatibilizar su bebé con un infolio, o simplemente leer sentado. Olvídese de las técnicas anteriores. Da buen resultado la técnica de inmersión. Si a su bebé le gusta el agua, lo tiene usted hecho. Llene una bañera moderadamente, para que el bebé pueda relajarse mientras su lectadre lee lo que sea en un libro electrónico. Sí, lo siento. Tiene que exponerlo al agua y mejor que se le empañe una pantalla o acabe metiendo el aparato en arroz que mojar un libro. ¿Somos bárbaros o qué? Esta técnica le será muy grata hasta que su bebé aprenda, primero, lo fascinante que es salpicar, y segundo, lo divertido que es leer en la bañera sus libros hidrófilos -’A Lili le gustan las cosquillas’ o ‘Glup, Glup’, por citar clásicos del baño-. Prepare su mejor repertorio de voces.

Poco a poco, su bebé hojeará sus propios libros, y usted, si no tiene el corazón podrido, comprenderá que la literatura está en contemplarlo, y no en la página que tenga delante. En ese momento, se produce otra variante de leer con un bebé: abrácelo, ponga su libro delante y léaselo. Interpretando, con música, una y otra vez, haciéndole cosquillas, explicándole los dibujos, reflexionando sobre la historia por delicada que sea. Ese libro se lo deshará el tiempo, no lo desperdicie.