Por fin acabó este año maldito, de a tomar por culo y de infausta memoria, que ha arrasado como una ola gigante todas nuestras vidas, donde el miedo, la angustia y la incertidumbre han navegado sin obstáculo alguno hasta ahora, y lo que te rondaré morena, pues nadie sabe en qué va a acabar toda esta tragedia colectiva cuando ahora padecemos, según dicen, una Tercera Ola, con la incógnita clavada en nuestras almas de que la consabida vacuna pueda protegernos o agravar aún más la salud. En un acto de reflexión, hemos tenido que reconocer lo felices que éramos antes de todo esto. Efectivamente existían luces y sombras, con sus beneficios y perjuicios, con demasiadas quejas y lamentos, a veces innecesarios. La vida se deslizaba como el curso del río en el Valle, en los prados, preñados de árboles frutales, y flores multicolores, habiendo dejado atrás las correntías, cascadas, saltos, hasta llegar mansamente camino hacia el mar, que es la Muerte, atravesando puentes, pueblos, ciudades a su paso, y regando sus campos para dar de beber a sedientos ojos y labios agrietados. Sus aguas estaban cargadas de recuerdos y vivencias colectivas en su devenir, en un incesante y maravilloso cauce.

Pero los años, son solo espacios de tiempo marcados por el ser humano para dividir las estaciones climáticas. Nada empieza ni termina el 31 de diciembre. De puntillas, sin apenas percibirse, este virus asesino del que apenas se conoce su agresividad, y aun menos, su procedencia de laboratorio o natural está arrasando las vidas y economía de Occidente, sin compasión alguna, como un asesino silencioso en la noche que detrás de una esquina clava su cuchillo mortal a víctimas inocentes. Las consecuencias de esta pandemia son imprevisibles y ya están empezando a subvertir el Orden Social, con un reguero de muerte y hambre, que puede acabar en un colapso mundial, si la vacuna no logra parar la dramática situación en que estamos inmersos, como única tabla de salvación al náufrago. El silencio y la tristeza se han ido apoderando de los hogares, de la sonrisa de los niños y de los ancianos. De los reencuentros y de todo aquello que es importante en la vida, como es la manifestación externa del Amor a los seres queridos, a los amigos, vecinos y aquellos con los que nos rozamos día a día, y que son parte de la historia diaria.

Pequeños círculos de personas que se interrelacionan continuamente para seguir manteniendo el concepto de tribu, tal y como organizaron en su día nuestros ancestros. Todo se ha parado. Se ha detenido. Con un guiño a lo incierto. Como muy bien describió en su día Albert Camus en su espléndida novela ‘La Peste’. Nadie podía prever hace un año, que el mundo, la vida, y los valores éticos iban a dar un vuelco, pues ya la envidia, la soberbia, la avaricia, se han convertido en papel mojado ante la presencia de estos Cuatro Jinetes del Apocalipsis, ya que podríamos encontrarnos en plena Guerra Bacteriológica, aunque no se quiera reconocer. Como bien dijo alguien muy inteligente, «el futuro no es lo que era».

Todas las generaciones han vivido, en el devenir de la Historia, su Getsemaní, (guerras, epidemias, revoluciones etc.), y a la actual le ha correspondido esta pandemia que destroza los cuerpos y almas no solo a los que muerde, sino también a familiares y amigos, ante una impotencia que los políticos y las fuerzas sociales apenas pueden atajar ante su enorme magnitud y trágicas consecuencias.

Desayunamos y nos acostamos en el horror, si bien el ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación al medio, y gracias a ello, se ha creído ser el dueño de la Naturaleza y de los demás animales y plantas, y esto ha dejado patente que los excesos se pagan. Y esa Naturaleza mancillada se está tomando la revancha.

¿Qué nos queda? El Amor. Deleitarse cada mañana con el día naciente. Abrazar con una sonrisa de labios y ojos a los seres queridos de nuestro entorno y también a los que no conocemos. Arrojar de nuestras vidas el miedo, y crecer en espiritualidad y fortaleza, porque siendo fuertes esta Guerra la perderán quienes organizaron tan lamentable situación. Fuertes y unidos como la canción ‘Resistiré’ del Dúo Dinámico, que cada mañana necesito oírla para poder seguir adelante, impávido al ademán, ya que todos somos iguales ante el virus, y los privilegios ya nada sirven.

Jorge Manrique en las ‘Coplas a la muerte de su padre’, nos recuerda:

«Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar/ que es el morir;/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ e consumir; /allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ e más chicos,/ allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ e los ricos».

También este maldito año nos ha hecho más solidarios, menos frívolos, más profundos y espirituales. Hermanándonos con las religiones a cuya cultura pertenece cada uno, en la búsqueda de lo verdaderamente importante, que es compartir con los demás la idea de un Dios único, según cada uno lo considere, como un báculo indispensable para sobrellevar la pesada carga de la vida. Paz y bien.

*Abogado y académico