Esta Córdoba, hermosa, como la mujer que muestra su belleza orgullosa de ser y estar así, acostada en el llano y encaramada a una Sierra oscura y misteriosa, nos contempla y analiza como la madre loba que amamanta a sus lobeznos. De una ciudad determinante en la Historia durante los dos últimos milenios, donde ha dejado la impronta de sus hijos naturales y adoptivos. Brillantes en todos los campos de la Ciencia, la Poesía, Música, Pintura, Escultura, Literatura e Historia, y otras disciplinas de la cultura, Así como de la Tecnología, Alimentación, la Moda, la Filosofía, y un etcétera interminable... Una Ciudad de Silencios, que hablan por sí mismos, tanto de agradecimiento, como de repulsa e indiferencia cruel. Se hace necesario quererla porque sí, sin pedir nada a cambio, y disfrutarla paseando por sus plazas, callejas, rincones, al compás, del estribillo de nuestros propios pasos, tal como, en su día, reseñó Pio Baroja, en su estancia y retiro, cuando escribió la ‘Feria de los Discretos’, allá a principio del pasado siglo. Es una ciudad para deleitarse también en sus silencios planos, donde se ve pasar la vida, como nuestro río Grande, que parte en dos sus barrios, como quien corta por la mitad una naranja, deslizándose también silenciosamente, acompasado, como si pasara de puntillas para no molestar, y que tan deliciosamente los describe Góngora en su célebre Soneto dedicado a Cordoba, grabado al lado de la Puerta del Puente, y del que tenemos la obligación todos los cordobeses de recitarlo de memoria. El mismo tiene su origen en que nuestros antepasados le recriminaran que no se acordara de su lugar de nacimiento, cuando fijó su residencia habitual en Granada.

La Córdoba pompeyana, la Colonia Patricia posterior en el Imperio. Cuna de Lucano, de Séneca, cuando sus escritos estoicos fueron el origen y base espiritual de un Cristianismo naciente, necesitado de un ideario más extenso sobre el Amor... un binomio espiritual: Pablo de Tarso y nuestro filósofo, que ha marcado la doctrina religiosa de estos dos últimos milenios, bebiendo de las ‘Cartas a Lucilio’... Mavillosas... Entrañables... Mágicas... Como si las hubiera escrito el propio apóstol, si bien no llegaron a coincidir en el tiempo, ni conocerse personalmente.

Después la Córdoba musulmana, Faro de Occidente, aportando tanto a la Historia de la Humanidad, para después con la conquista cristiana. El declive, la pérdida de su identidad. Demasiados años agotados en el laberinto de la Historia, para acabar a principios del siglo XX, teniendo cien tabernas y una sola librería. Pero no importaba, porque la cultura residía en ellas, como punto de encuentro, de dialogo, de cante nuestro, de expresión de dolor atávico. Residía también en los Patios, expresión máxima de una convivencia tolerante. Un saber estar en todo momento. La elegancia de lo sencillo.

Y en ello estamos, en la actual encrucijada histórica, ante tanta improvisación. Por lo que, hay que dejar atrás envidias y odios ancestrales. Todos somos útiles para participar en este envite retador. Aves de paso de tiempo finito. Piezas de un juego de ajedrez que hay que jugarlo y ganarlo cada día, y que todas las piezas son necesarias para conseguirlo. Mientras no nos demos cuenta de ello, y de que la unión hace la fuerza, y la diversidad enriquece, no vamos a ningún lado.

*Abogado y académico