Opinión | Al paso

Los hijos de Caín

Los medios han sido durante cuarenta años meros narradores de las correrías de una banda de exploradores y explotadores del sufrimiento ajeno sin que mostraran claro compromiso solidario con las víctimas. Hoy es palpable que la televisión tiene el poder para provocar y calmar a las masas. Cadenas como La Sexta nos lo muestran todos los días. Es muy frustrante recordar cómo, muy al contrario, los programas especiales de terrorismo, en un juego de interesado e inexplicable peloteo, intentaban comprender los inexistentes motivos etarras analizando socialmente el nacionalismo estúpido. Pero bien podrían haber expuesto a la sociedad vasca, sin tapujos, la tremenda injusticia que significaba el sufrimiento de las víctimas ante la sangría de sus muertos. Y a este silencio se añadía la simbólica respuesta del Gobierno: ofrecer saciar a los violentos con pacíficos y jóvenes policías, en un tributo mortal que había que pagar para que esta tierra siguiera siendo lo que es o lo que ha sido siempre: España. Como en los pueblos antiguos, padres de familia con placa eran entregados en sacrificio para calmar a esos dioses de mierda. Y un día los terroristas se cansaron de matar. Porque no fue Aznar el que terminó con ETA, que cuando la llamo movimiento de liberación hizo temblar a las tumbas amortajadas con uniforme. Ni Zapatero, que más se preocupó de resucitar antiguos odios de hermanos por una guerra civil que ya era pasado histórico mientras el presente era de sangre en Euskadi. Lo que acabó con ETA fue el hartazgo de los matones. Malditos sean los medios de comunicación por no dar voz todos los días a las víctimas y sus familias. Malditos sean de nuevo por no haber construido y generado un sentimiento popular general de rechazo a los terroristas. Porque estos vulgares Yihadistas de Boina tan negra como sus corazones hubieran sido vencidos muchísimo antes si los medios se hubieran implicado de verdad a favor de la democracia. Actualmente juventudes vascongadas mediocres y por tanto sedientas de un protagonismo que no son capaces de adquirir con el éxito cultural, están acudiendo a la violencia callejera para hacerse notar en un mundo cada vez más carente de heroísmo; se están reagrupando. Es el momento que las cadenas rediman su pecado y emitan sin parar, una y otra vez, las penas de tanta buena gente. Los medios tienen que contar, una por una, las lágrimas vertidas por cientos de personas que través de testimonios nos describan el universo triste que se crea para siempre en una familia que ha perdido un ser querido asesinado. Y a través de la información, las nuevas generaciones vascas se avergonzarán de lo que ocurrió en vez de volver a protagonizarlo.

* Abogado

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