Si se mira a Córdoba desde cuando se subieron a la Colina de los Quemados --circuito Parque Cruz Conde-- sus primeros pobladores; los romanos construyeron el templo de la calle Morería --una arquitectura hecha a escala de los dioses, no de los hombres--; los árabes edificaron para la historia la belleza de la Mezquita y Medina Azahara; los reyes cristianos levantaron su alcázar y los cordobeses de a pie hicieron sus casas sobre todo en la Axerquía --la Medina era para la élite--, o sea, si se piensa en la ciudad que la historia nos ha entregado ves que empieza a parecerse a aquella de los omeyas, de setenta bibliotecas y casi un millón de habitantes, en la que destacaron Maimónides y Averroes. Pero más que por la cultura --se está edificando una biblioteca en Los Patos-- es por la bulla que no para por el comienzo con menos polen de la primavera y por las minivacaciones de Semana Santa. Sales por la Judería y el casco antiguo de la Axerquía y no dejas de ver personas que se mueven por calles en busca de monumentos, tabernas o restaurantes. Y entonces piensas que esta ciudad no es la de antes, que el turismo que genera su belleza --la Mezquita, los patios, la Sinagoga, el Alcázar y Medina Azahara-- y sus costumbres culinarias --flamenquines, rabos de toro, salmorejo y berenjenas con miel-- va a cambiar sus comportamientos y que de aquí a un tiempo habrá que hablar para impedir que nadie se apodere de su futuro para enriquecerse a costa de los más débiles; vaya, que no vuelva una Medina a enseñorearse sobre una Axerquía.

Si se mira a Córdoba como a una unidad desde que los Tartessos empezaron a bañarse en el Guadalquivir o los árabes se llevaron del templo de la calle Morería --mucho más colosal que el de Claudio Marcelo-- unas cuantas losas que las colocaron en la Puerta de los Deanes de la Mezquita, según refirió el otro día la doctora en arqueología Ana Portillo, y que cada día se llena más de viajeros, visitantes y turistas, los gobernantes o personas influyentes de la misma han de responsabilizarse de su futuro. Que no debe convertirse en un parque temático en el que le roben a los vecinos de las zonas más apreciadas su esencia o en un tesoro, un crematístico deseo, en el que unos pocos se enriquezcan de la imaginación que otros le han inyectado a esta ciudad. Córdoba se está convirtiendo en un destino donde el patrimonio de la humanidad te puede ofrecer un pincho de tortilla y donde, afortunadamente, el Cabildo catedralicio ha reconocido que hay una mezquita --el monumento que vienen a ver y por el que pagan su entrada los turistas-- que envuelve a su catedral. Córdoba empieza a ser global.