La de ayer era la segunda cumbre europea sobre los refugiados en cinco meses. La del pasado abril demostró que la UE había perdido el sentido de la realidad. Ahora los hechos, es decir, los miles y miles de personas que huyen de varias guerras en busca de refugio dispuestas a cruzar fronteras donde y como sea, han obligado a los líderes europeos a mirar a los hechos de frente. La consecuencia ha sido una división entre los países miembros como nunca se había producido en la UE por el reparto de 120.000 asilados, cifra importante, pero muy lejos de unas previsiones que anuncian para este año más de un millón de peticiones de asilo en Europa. El acuerdo de Schengen sobre la libre circulación de las personas ha sido puesto al límite y el sistema de Dublín sobre gestión de solicitudes de asilo ha dejado de funcionar. De la cumbre de ayer han salido propuestas que van desde el reforzamiento de las fronteras exteriores de la UE, el aumento de dotaciones para las agencias internacionales dedicadas a los refugiados o mayor ayuda a países fronterizos con zonas de conflicto, donde viven cientos de miles de refugiados. Son medidas insuficientes, destinadas solo a detener el flujo. Siguen faltando otras medidas para aliviar la situación de quienes ya están en Europa, acordes con los valores de humanidad que la UE defiende. Y falta también algo que Angela Merkel se encargó de recordar y es la necesidad de ocuparse más de las causas de estos éxodos reclamando una política exterior de la UE más activa. Sin una política exterior digna de este nombre, el proyecto europeo muestra su fragilidad. Si sirve de consuelo, cabe felicitar a la Comisión por enviar un necesario mensaje político de dureza al abrir procedimientos de sanción contra 18 países miembros que habrían violado las normas de asilo, entre ellos España.