Marcha minera

Entre las montañas de cascajo que viene excretando la crisis económica ha aparecido una pepita de oro y esperanza llamada lucha minera. Excesos combativos aparte, las comarcas del carbón están dando una lección de dignidad a toda España. Una lección enciclopédica. Luchan por su pan, su familia y su tierra. ¿Qué otro destino mejor tiene el ser humano en esta vida? Y lo hacen con determinación, organizados y valientes. Ellos están seguros de que aquello que piden les pertenece, que su causa (el pan, el techo, la tierra) es justa. Su motor no es una ideología concreta y menos aún el odio (de clase). Se manifiestan de la manera que vemos, libres y limpios, porque no tienen miedo. Esta ausencia de temor les pone alas en los pies e inunda de transparencia sus discursos y canciones. Las comarcas mineras están movilizadas al completo. No existen hombres para el choque y mujeres en la retaguardia preparando caldos y acogiendo heridos: todos son vanguardia. Se entiende así que hasta haya empresarios sensibles que se les unan y que a la derecha política, que pretende arrinconarlos, se le abran grietas. Asturias, León, Palencia y Teruel han declinado las últimas semanas ser comunidades autónomas o provincias para ser solo tierras mineras en lucha. El Gobierno, aprovechando la era de los recortes, pensó que de ésta terminaría con las subvenciones al carbón, pero se ha dado de bruces contra pueblos mineros enteros que no se doblegan, que desconocen la palabra rendición y que persisten en continuar siendo dignos. En estos tiempos de crisis, miedo, silencio y rabia contenida --y a pesar de la literatura de barro que ataca al mundo del carbón-- somos mayoría los ciudadanos que vemos con simpatía y sana envidia la "marcha negra" sobre Madrid. Una persona sin miedo puede ser un irresponsable y un temerario, mas el hombre y la mujer que exigen su pan sin miedo son una bendición. La vieja literatura obrera sostenía que estas gentes eran la sal de la tierra.

* Periodista