Montes Neiro sale en libertad y lo primero que dice es que quiere caminar hasta que mire atrás "y ya no vea la cárcel". Caminar con sus hijas, en una especie de ceremonia familiar que ahuyente a los demonios carcelarios. La imagen es muy potente.

Montes Neiro huyó varias veces y fue más o menos libre a trompicones, pero hacía más de 35 años que vivía condenado, días y días en una cárcel, días que no se acaban nunca, días de reclusión y asfixia. Días y días, desde el 7 de octubre de 1976. La imagen es potente, digo, porque, si hace tanto que estás en una jaula, parece que lo más sensato es salir corriendo, no sea que alguien se lo replantee.

Abandonar tan deprisa como puedas los barrotes y el suelo pegajoso, el olor a desinfectante y aquella especie de suciedad eterna que reconcome la carne y el espíritu. Pues no. Montes Neiro se va caminando.

Correr es igual a huir, igual a volver. Caminar es disfrutar de cada uno de los momentos, los instantes que marcan una distancia que ya será definitiva. Poco a poco, el recluso deja de serlo mientras dilata la hora en que se girará y ya no verá las rejas, como si no hubieran existido nunca.

El artículo 25.2 de la aún vigente Constitución dice que ±las penas privativas de libertad estarán orientadas a la reeducación y la reinserción socialO. ¡Pobre Beccaria, aquel ilustrado del XVIII que luchó a favor de la humanidad de las leyes!

*Periodista