A nadie debería extrañar que uno de los primeros mensajes que ha lanzado el PSOE en esta precampaña electoral haya sido su apuesta por la educación y la cultura. No deberíamos dudar de que esa es la apuesta lógica de cualquier partido que no renuncie a su ubicación en la izquierda. Y eso es así porque la implicación pública en la educación y la cultura está íntimamente conectada con la igualdad de oportunidades, es decir, con la igualdad material que los poderes públicos, de acuerdo con el art. 9.2 de nuestra Constitución, deben hacer efectiva. Porque difícilmente conseguiremos una sociedad en la que todos y todas seamos iguales de verdad si los poderes públicos no contribuyen al desarrollo de nuestra personalidad y a nuestro crecimiento como seres autónomos. Una autonomía que sólo puede venir desde las luces de la razón.

Por todo ello tampoco debería sorprender que en los mensajes triunfalistas de Arenas no suela haber referencia a esos términos. El gran pecado de la derecha es precisamente entender la realidad en términos exclusivamente economicistas y dejar en manos del mercado la regulación de nuestras oportunidades. No deja de repetirlo Aznar. "Lo que necesita España es estabilidad y solvencia". Los requisitos ineludibles del más puro y duro capitalismo. Por ello hay que reducir al máximo el conflicto que no es sino la consecuencia lógica del pluralismo. Pluralismo que para crecer y reproducirse necesita, obviamente, mucha educación y mucha cultura.

Desgraciadamente la izquierda no siempre ha sido fiel a este objetivo tan "revolucionario". Con demasiada frecuencia lo ha confundido demagógicamente con el progresismo demagógico y con la propaganda clientelar. Todo ello por no hablar del uso y abuso que ha hecho y sigue haciendo de un instrumento clave para la educación como es la televisión pública. Instrumento que, sorprendentemente, no aparecía en ninguna de las líneas del discurso de Zapatero. Lástima que en su equipo de notables no haya contado con Gaspar Zarrías. Podría haberle dado más de una lección sobre el contenido educativo y cultural que debe dársele a los canales públicos. Confío eso sí que gentes tan brillantes, y tan comprometidas con el progreso cultural y la educación pública como Peces Barba, Carmen Alborch o nuestra Carmen Calvo, le aporten muchas luces para que el PSOE recupere el hilo perdido que debe mantenerlo atado a la izquierda de las utopías. Utopías que deberían suponer mucho más que una medida tan injusta como la gratuidad universal de los libros de texto. Tan injusta como un sistema tributario que no respondiera al principio de progresividad.

Y es que si por algo debería caracterizarse el mensaje de los socialistas frente a los miedos que los populares tratan de meternos en el cuerpo, es por la propuesta de ilusiones. Fente a los agoreras discursos de Rajoy, habría que lanzar con energía y valentía el mensaje de la igualdad creciente y de la felicidad política. Esa debería ser la banda sonora de unas propuestas que deberían subrayar que otro modelo de sociedad es posible. Que la calidad de la democracia no se mide con números solamente y que el programa transformador, casi revolucionario, que conlleva la Constitución está prácticamente inédito. Esas propuestas, además, deberían mirar a las personas, a los ciudadanos y ciudadanas que se pierden ante discusiones técnicas sobre la viabilidad o no de las agencias tributarias, o sobre las interpretaciones del modelo territorial. Hombres y mujeres que aún siguen confiando en las posibilidades del Estado de bienestar, aunque tal vez se hallen demasiado adormecidos por el progresivo aburguesamiento de las costumbres y la consiguiente elevación a los altares de la seguridad conservadora. Seres humanos que sólo pueden despertar del letargo con educación, con cultura y con derechos sociales que contrarresten la ley del más fuerte. Desde ese compromiso debería el partido socialista recuperar su espacio y su rumbo frente a una derecha crecida, prepotente y a la que tan fácil le está poniendo la victoria.