Ganado: Seis toros de Juan Pedro Domecq, el cuarto lidiado como sobrero y sustituto del titular devuelto por inválido. De fina lámina, aunque de desigual cuajo, la corrida estuvo marcada por la falta de raza y/o de fuerzas, salvo el sexto, de mayor brío, entrega y duración.

Morante de la Puebla: pinchazo y bajonazo (silencio); dos pinchazos, estocada atravesada y descabello (ovación tras aviso).

Diego Urdiales: bajonazo y descabello (vuelta al ruedo tras leve petición); pinchazo media estocada delantera y dos descabellos (silencio tras aviso).

José María Manzanares: tres pinchazos y estocada (silencio); pinchazo y estocada desprendida (ovación).

Cuadrillas: saludaron en banderillas Víctor Hugo Saugar, Suso y Antonio Duarte.

Plaza: La Maestranza. Octavo festejo de abono de la feria de Abril de Sevilla, con el cartel de "no hay billetes" (11.500 espectadores), en tarde de calor y rachas de viento.

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La sutileza de trato a sus toros, basada en un preciso, recreado y templado manejo de los engaños, le sirvió al riojano Diego Urdiales para dar ayer una vuelta al ruedo de la Maestranza de Sevilla, ante una descastada y afligida corrida de la divisa de Juan Pedro Domecq. Más en concreto, esa lección de paciencia y detalles de precisión lidiadora del diestro de Arnedo se desplegó ante el segundo toro de la tarde, un juanpedro de finas hechuras pero con la fuerza y la raza prendidas con alfileres, tanto que su fondo de nobleza solo podía salir a la luz de la mano de un auténtico mago del temple.

Y eso fue lo que hizo Diego Urdiales, que ya durmió literalmente al animal en las bambas de su capote en un acariciado y clásico recibo a la verónica y en un quite en el que tuvo que empezar a administrar con mimo tan escasas posibilidades del animal. En ese mismo aire, moviendo los vuelos de la muleta con fácil dulzura, fue también dando confianza al animal, con paciencia, haciéndole agradable el esfuerzo que le suponía embestir con un mínimo de codicia, hasta que, tras series con la derecha como tres sesiones de rehabilitación, la faena y el toro rompieron en una soberbia serie de cuatro naturales ligados, redondos y al ralentí.

Saboreó cada muletazo Urdiales, con poso y con pulso, haciendo de la técnica un sustento de clásica estética y pausada naturalidad, acompasando muñecas, brazo y pecho con la embestidas recuperadas, de tan mecidas, de tan sutilmente cuidadas. Sólo le falló el pulso a la hora de la estocada, pues la espada se le fue a los bajos y, aunque por la falta de transmisión del toro la plaza no llegó a entusiasmarse por completo, perdió así la que hubiera sido una merecida oreja, y todo quedó en esa vuelta al ruedo, como único balance destacado de la tarde.

Pero para tesón el de Morante de la Puebla, pues, tras pasar en blanco ante el primero de la corrida, que se desfondó por completo en un abrir y cerrar de ojos, puso un, en él, poco habitual empeño con el sobrero salido en cuarto lugar. Motivado quizá por la templada torería de Urdiales, que vino a pelearle las palmas en su terreno, el artista sevillano hizo un auténtico esfuerzo por sacar partido de un astado sin clase pero que, al menos, no se afligió.

En terrenos de toriles Morante se fajó con él, no sin cierta crispación y una visible tensión técnica, en un dilatado pulso en el que, entre col y col, hubo varios muletazos y algunos adornos de su inconfundible sello. Pero, como Urdiales, perdió la recompensa con la espada.

Entre la falta de raza y de fuerzas casi generalizada de la corrida, al menos dos toros tuvieron mayores opciones de éxito, los que cayeron en el lote de Manzanares. Y con ambos el planteamiento del alicantino no varió de lo ya conocido últimamente: series cortas, de dispar calidad, temple y limpieza, pausas extensas y, finalmente, un conjunto de obra más vistoso que macizo.