A los 49 años a Judy Perkins, una ingeniera de Florida, le dijeron que le quedaban posiblemente dos o tres meses de vida. Su cáncer de mama estaba muy avanzado, la quimioterapia y otros tratamientos no habían evitado la metástasis y tenía tumores del tamaño de pelotas de tenis en el hígado y otros cánceres secundarios. Perkins abandonó su trabajo, «planeaba morir» según le ha dicho a The Guardian e incluso hizo una lista con deseos que quería cumplir antes de morir, como ir al Gran Cañón de Colorado, pero también entró en un ensayo clínico de una forma de inmunoterapia altamente experimental que realiza el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos en Maryland.

Hoy, dos años después, Perkins está libre de cáncer y ha vuelto a «la vida diaria normal». Su caso, presentado este lunes en Nature Medicine, no tiene precedentes. Se ha celebrado ya como «destacable y prometedor», aunque también con enorme cautela y con la advertencia de que es necesario un ensayo clínico a gran escala para determinar el éxito de esta forma particular de inmunoterapia. Pero representa también una esperanza, pues es la primera vez en que el tratamiento que usa los propios linfocitos para encontrar y destruir las células cancerígenas, que se había mostrado efectivo en otros cánceres, erradica uno de mama tan avanzado.

En el caso de Perkins se extrajeron en biopsias tejidos de sus tumores y se secuenció su genoma. En ese estudio del ADN se identificaron 62 mutaciones específicas de su cáncer, que producían proteínas anormales en los tumores, conocidas como neoantígenos. Se le extrajeron también linfocitos inflitradores del tumor, células del sistema inmune de la paciente que van al tumor para intentar matarlo, aunque no suelen conseguirlo o porque son pocos o porque son débiles.