En este país, en llegando los últimos meses del año cada cuarto de hora se otorgan un par de premios. Desde los mas cotizados a los de menor cuantía, de los honoríficos a los que tienen que pagar por ellos, de los acertados a los errados, no hay institución que se precie -de la Zarzuela a la peña bética de mi barrio- que no otorgue un premio. Unas veces se dan en justicia, los literarios casi siempre están amañados de antemano, no digamos ya los de poesía (entre los poetas anda el juego), otras para pagar favores y en ocasiones sirven para comprar voluntades. Allá cada cual con su premio y las servidumbres que le acarree. Tengo entendido que el premio de mayor bolsa que se otorga en nuestro país es el Cervantes, máximo reconocimiento a las Letras Españolas, que esta semana ha recaído en Ida Vitale, poeta uruguaya de 95 años que escribió su obra principal hace más de cincuenta. Si un jurado cualificadísimo, elegido por el Ministerio de Cultura, concede el Cervantes a una persona de 95 años, después de 42 años del premio, alguien no está haciendo bien su papel: o los jurados anteriores o el actual, pues no tiene sentido este reconocimiento que llega cuando la persona ha dejado de escribir hace tanto tiempo. En este sentido, estuvo muy puesto en su sitio Gabriel García Márquez cuando rechazó el ofrecimiento del Cervantes, los 120 millones de entonces, en favor de creadores más jóvenes y de quienes más necesitasen de ese empujón de pompa y euros. Se ve que no le entendieron ni en el Ministerio ni sus colegas tampoco que, algunos, han ido amasando orondos premios y engordando cuentas en el extranjero. García Márquez fue rara avis, como también Albert Boadella, cuando rechazó hace unos años el Nacional de Teatro, pues si en cuarenta años en los escenarios no había hecho mérito para tal distinción, este fue su argumento, sería que no lo había merecido. Después de la sorpresa del Cervantes a Ida Vitale, que respondió a la llamada del ministro diciéndole que esperaba estar viva en abril cuando se entrega en la Universidad de Alcalá de Henares, me gustaría repasar algunos de los premios nacionales de este año. Entre los que me vienen a la memoria estarían el Premio de la Letras a Paca Aguirre, de 88 años; el de fotografía a Leopoldo Pomés, el hombre que erotizó al país en tiempos de Franco con anuncios como el de la chica rubia y el caballo blanco de Terry, de 87 años; el de teatro a la actriz Julieta Serrano, de 85; el de poesía a la para mi desconocida Antonia Vincens, de 77 años; o el de televisión a Victoria Prego, de 70 años. Lejos de mí la intención de restar méritos a los premiados por su edad provecta, todo lo contrario, solo pretendo llamar la atención sobre la ceguera de quienes esperaron tanto tiempo para reconocerlos.

* Periodista