A lo largo del pasado año, argumenté mi opinión favorable a un gobierno socialista con apoyo parlamentario de Unidas Podemos, también he expresado que si no se alcanzó un acuerdo de gobierno antes de las segundas elecciones fue por la posición de Iglesias, que siempre puso como condición su presencia en el ejecutivo (aunque en apariencia renunciara a ello). Ahora se ha formado un gobierno de coalición, y con independencia de que nos guste más o menos, la realidad es que no había otra alternativa, que el resultado de las urnas ha condicionado la actitud de los socialistas, por muy sorprendente (o contradictoria) que nos pueda parecer. Dado ese paso, desde la posición de votante de izquierdas, la actitud debe ser la de apoyar que salga adelante esa experiencia y que la legislatura se pueda llevar a buen puerto, todo ello a pesar de que haya algunas decisiones que, por estética, se deberían haber evitado, como la presencia de la pareja Iglesias-Montero en el Consejo de Ministros. Recordemos a Wittgenstein: «Ética y estética son una y la misma cosa».

Además de hacer política en positivo, al gobierno le quedará la tarea de enfrentarse a una derecha que, como demostró a lo largo del debate de investidura, no modifica su planteamiento. El pasado martes, en intervenciones más breves, tuvimos más de lo mismo, escuchamos a Casado hablar del peligro del comunismo, como en los mejores tiempos del franquismo, como si el PCE no hubiera sido el artífice de la política de reconciliación o no hubiera jugado un papel clave en el restablecimiento de la democracia en España; Abascal defendió la prisión «perpetua» y puso sobre el tapete a ETA (¿no sabe que ha sido derrotada?) y por supuesto no olvidó al presidente Negrín, de nuevo para ofender su figura y para repetir lo que la historiografía ha demostrado que es falso; en cuanto a Arrimadas, nada más lejos del centro que su discurso. Por fortuna tuvimos la intervención de Aitor Esteban, del PNV, quien supo colocar en sus contradicciones a la derecha a la hora de invocar con tanta frecuencia la figura del monarca. Inapropiadas fueron las palabras de Montserrat Bassa, de ERC, tanto porque respondían sobre todo a un desahogo personal como por la forma. No obstante, a cuantos ponen palos en las ruedas de la gobernabilidad, entiéndase PP y Ciudadanos, no parece que esta les importe mucho más que a la diputada catalana.

Una consideración final. En el debate de investidura, una vez más, apareció la historia, en este caso con el presidente Azaña como recurso, citado por Sánchez, Casado y Abascal, es decir, tanto por la izquierda como por la derecha, incluida su versión extrema. No tengo la menor duda de que el presidente republicano se sorprendería al ver que desde la derecha se utilizan sus palabras, pues en su momento fue objeto de ataques muy duros, como también lo sería a lo largo de la dictadura franquista, cuando los niños que nos educamos entonces, dado lo que se decía de él, estábamos convencidos de que Azaña tenía cuernos y rabo, de que era la auténtica representación del diablo (en mi pueblo, Cabra, llegó a cantarse una canción en la cual se decía que era él quien mandó los «aviones rojos» que lo bombardearon en 1938). Aznar se vanagloriaba de ser lector suyo, cosa que dudo, y si decía la verdad, no parece que fuera capaz de asumir el pensamiento azañista. Pero la derecha debería preguntarse cómo es que ellos no tienen ningún rubor en recurrir a personajes vinculados a la izquierda, mientras que desde estas filas a nadie se le ocurriría, por ejemplo, acudir en su apoyo a citas de Gil Robles o de José Antonio Primo de Rivera. En la respuesta a esa cuestión, las derechas tienen la explicación a algo que es motivo de queja permanente, y de rechazo por su parte: la superioridad moral de la izquierda.

* Historiador