En mi mente infante nunca estuvo ser abogado. Quería ser historiador y cantaor. Me matriculé en Derecho sin entusiasmo porque yo amaba la historia y, cómo no, el flamenco. Pero mi padre me dijo: «Mejor que la historia sea tu hobby y el derecho tu olla». Sin embargo, en la facultad fui tan feliz que pensé que a lo mejor el Derecho estaba guapo. Y así llegué a la abogacía pasando primero por la Escuela de Prácticas, máster que me encantó porque fragüé la relación con el personal que trabaja en el Colegio de Abogados, todos excelentes: Juan Hinojosa y Eugenia, los Morán, Almudena, el secretario Ángel Moreno, que es muy buena persona, o los decanos con los que he tenido más relación como Rebollo y el actual, José Luis Garrido, distintos pero idénticos en lo esencial. O sea, que al lugar que llegué sin demasiada ilusión, hoy lo amo profundamente. Ahora se cumplen 250 años de la institución civil más antigua de aquí y creo que la más auténtica. Y no lo digo con pasión sino con el sabio conocimiento que da la experiencia. El gremio de los abogados es lo mejor que hay en Córdoba. Y es que están tan curtidos en los sufrimientos del pueblo que, sobre todo en cuestión de penalismo, se les va forjando una solidaria personalidad en la que no cabe la frivolidad. Ser penalista y tener una mente pija es imposible porque vivir las situaciones embarazosas de los bajos fondos te hace ser mejor persona. Yo como abogado en ejercicio, no puedo presumir de ser un fuera de serie, pero sí de haber hecho unas amistades que sí que son fuera de lo común precisamente porque el conocimiento de la realidad los vuelve seres excepcionales. Y aparte -ya lo digo por mí-, ser abogado ha cumplido todas mis expectativas, y no me refiero a lo material sino a aquellos sueños profesionales que tenía de niño; todos los abogados tenemos que ser algo de historiadores para entender las leyes vigentes y, además, se ha cumplido mi sueño de ser casi cantaor (aunque a esto le eche un poco de fantasía) porque cuando defiendo en sala a la gente, como suele ser de madera todo el mobiliario y visto de negro con la toga, bien parece que voy a cantar con mi traje negro en un tablao de silencio respetuoso, empezando por seguiriyas con los interrogatorios y terminando como por bulerías en el alegato final. Hoy afirmo con toda seguridad que más allá de los demás operadores jurídicos, nosotros somos la parte más heroica de la ley y, por tanto, la más honorable. Gracias a los que formáis esta institución que con sus más y menos, nos hace esta vida tan efímera mucho más interesante.

* Abogado