ORQUESTA DE CÓRDOBA

DIRECTOR: Carlos Domínguez-Nieto

PROGRAMA: Obras de Pedro M. Marqués, Jorge Horst y Anton Brockner

LUGAR: Gran Teatro

La festiva y brillante interpretación del preludio de El anillo de hierro de Marqués abrió el pasado jueves un concierto que creció en intensidad y profundidad al avanzar la noche. Entrepuentes, de Jorge Horst, dio un paso más a través de sus tres movimientos; Corduba, Kúrtuba y Yaya Antonia: encargada y estrenada por la Orquesta de Córdoba, la breve obra sonó clara, tersa y evocadora.

Como esclarece el filósofo Chul Han en La sociedad de la transparencia, las consecuencias de la aceleración de nuestro tiempo -la discronía y la dispersión-, atomizan el tiempo descomponiéndolo en fragmentos que se consumen en sí mismos, eliminando profundidad y narración: precisamente por eso es tan necesario Bruckner. Y tan adictivo.

La versión ofrecida por Domínguez-Nieto incidió en los contrastes y fue fiel a la exhibición de fuerza contenida que atesora la Sinfonía nº4 y que necesita su tiempo para que permee, para que nos habite como lo hizo en la noche del jueves. Con tempi lentos -sin llegar a la sobrecogedora quietud de las milagrosas versiones de Celibidache-, la orquesta fue de menos a más durante la ejecución, tensando la tersura con la aspereza y la dulzura con la melancolía en el sereno Andante, el impulso cinético con la aterciopelada suavidad del trío en el Scherzo, para llegar al Finale en el que todo se cierra por fin: la urgencia y la oscuridad del intensísimo comienzo nos situaron un horizonte emocional en el que la fiereza y el quebranto se sucedían como si fuese natural su estrecha convivencia, hasta llegar a la coda, que fue ascendiendo, incontenible, rugiente, fosforescente, hasta atravesarnos de parte a parte. Gran ovación y otra noche de insomnio.