Decíamos en nuestro ensayo «El recurso al vampirismo en la narrativa actual. De Polidori a Stephanie Meyer» que el Lord Ruthven de Polidori no será el mismo vampiro que el conde Drácula de Stoker, ni el mismo que Edward Cullen en Crepúsculo. Forman parte de sociedades muy diferenciadas. Preindustrializadas en un caso (con la considerada primera revolución industrial del carbón y el petróleo a partir de 1732), plenamente burguesas en otro (con la segunda revolución industrial y la llegada de la electricidad entre 1869 y 1914), y claramente posmodernas en la era de la cibernética y la informática (tras la tercera revolución industrial de la energía nuclear desde 1945 y la robótica a finales de siglo) en el último caso. Los vampiros de José Pérez Zúñiga en Para quien no brilla la luz nacen en una sociedad española actual. Pueden ser cualquier hijo de vecino. Se produce así una normalización del vampiro y, sobre todo, una normalización de la vampira, aquel ser que encendía la erótica más juvenil. Es evidente que existe todo un proceso de documentación previo desde Hoffmann hasta Poe, Stoker, Cortázar... con el que Pérez Zúñiga ha querido incidir en una tradición siempre atractiva y con sus adeptos. La novela comienza en un miércoles cualquiera y se va desarrollando linealmente hasta los LIX capítulos breves que la conforman desde un momento inicial en el que una mujer se muestra como la actante que inicia una carrera de crímenes. A través de un lenguaje rotundo, enumerativo y coloquial se va adentrando en una historia en la que progresivamente la mujer vampira cambiará la identidad por la víctima desde ese inicio en Madrid: «A Irene la despertaron los nervios en el estómago, la ansiedad que la quemaba de nuevo. Se giró violentamente hacia Eva, y apenas pudo contener el impulso de morderla y beber» (p. 55). La brevedad de los capítulos sigue mucho el esquematismo del thriller cinematográfico a través de una serie de secuencias que podrían ser grabadas perfectamente como si de ello se tratara y permiten desarrollar dos elementos fundamentales: la rapidez en el proceso narrativo, la concentración de la historia en los elementos esenciales y su consecuente reducción a su mínima esencia y el afianzar el orden de la secuencia narrada. Esto debe mucho a un escritor, Pérez Zúñiga, que conocemos bien desde sus orígenes en el relato.

La historia sigue un proceso prototípico en la novela negra o criminal, como nos recordaba Valles Calatrava, uno de sus mayores expertos en España, como conjunto aglutinante de relatos para situar el tema básico en el hecho delictivo concebido como enfrentamiento entre justicia y crimen, a los que hay que añadir el misterio, la psicología, el realismo y la violencia en una sociedad posmoderna. Todo ello surge a través de esa figura de Irene y sus primeros encuentros que muestran a un ser ajeno al mundo sobre la que pivota una intrahistoria de incesto y su anterior identidad con Laura M.; de ahí los crímenes sexuales: «Mientras le comía la polla le ha partido el cuello» (p. 61). En busca de ella acude el inspector Miguel Serrano, que se verá envuelto hasta el final, en la vorágine del relato, convirtiéndose en una especie de juez y parte, desde el momento en que fornica con ella en el capítulo XXXV, hasta el punto de que es acusado por algunos de sus compañeros de los crímenes cometidos tras su extraña desaparición. Algo que trata de combatir su compañero Joaquín Moya con sus viajes a Granada y sus pesquisas, un elemento sentimental sin duda, por cuanto Pérez Zúñiga la toma como complemento de su relato, así como Ronda, donde transcurre parte de la acción final. Este apartado permite hacer el relato más clínico y entrar en las enfermedades mentales del XX: la esquizofrenia (con 440.000 enfermos en España), además de la paranoia, la histeria y todo tipo de psicosis. Los comentarios sobre la situación social son frecuentes, como no podía ser de otra forma en una sobre vampiros pero deudora de la novela negra, de Chandler, Hammett... con comentarios como: «Madrid se había convertido en un asco, comenzando por La Latina y Lavapiés» (p. 36). Pero también existe una reconstrucción vital del personaje, una reconstrucción psicológica y médica. De ahí la intervención de psiquiatras en el proceso narrativo. Un elemento presente son los medios de comunicación desde la noticia inicial en el capítulo XI (más adelante en otros como XVIII, XXIX...) y la entrada en liza de la periodista Carmen Mendoza de Abc, la autora de los artículos que introduce Pérez Zúñiga para darle más visos de credibilidad al relato y crear como una especie de historia paralela muy al hilo de la que construyen los mass media habitualmente. En definitiva, una obra intensa, versátil, bien conducida, con un ritmo ágil que sigue una estela pero apunta a un sincretismo del XXI con diversos géneros que la hacen muy sugerente para el lector.

‘Para quien no brilla la luz’. Autor: José María Pérez de Zúñiga. Editorial: Berenice. Córdoba, 2018.