‘La destrucción del cielo’. Autor: Manuel Jurado López. Edita: Diputación Provincial de Huelva. Huelva, 2019.

La heterodoxia estética acude a este camino con sus bagajes antirrealistas, alegóricos, con profundas imágenes oníricas, pero hondamente inserto en una humana realidad, en una realidad que nos concita para la vida en toda su gran dimensión, tanto para la vida desatinada como para la vida nueva, la vida que se encuentra en el día a día.

Jurado López pretende concentrar sensaciones vitales en este poemario lúcido en donde la palabra adquiere una singular trascendencia, no convencional, diferente, que apuesta siempre por el estupor y un imaginario que permita al lector no hollar caminos andados.

Existe desde el título inicial, La destrucción del cielo, una profunda herida, una mirada interior grave, una subterránea contemplación del mundo desde múltiples perspectivas: elegíaca, alegórica, sarcástica, simbólica..., con la imagen del ángel como hilo conductor, cuyas alusiones nos recuerdan a la obra Sobre los ángeles, de Rafael Alberti. Un ángel que inaugura el poema inicial: «Los ángeles mortalmente pálidos, cuello de ganso,/sin flechas/en el carcaj, beben en un arroyo repleto de culebras/de sol». A través de esa imagen onírica en la que se produce una alegorización de ese mundo, nos está advirtiendo de que el cielo está blindado, ajeno al sufrimiento y la sinrazón y, como en el poema de Blas de Otero, Dios permanece aislado en su búnker. El cielo está blindado, pero también el cielo se agujerea. Hay un sentido de la existencia que comienza a estar presente desde el momento en que ese Dios, que ha perdido la fe, ese Dios que se ama solo asimismo, parece haber dejado al ser humano a su albur en una línea de pensamiento que ya había inaugurado Unamuno y que continuaría Blas de Otero.

Y partir de ahí, vamos entrando en nuestro mundo, en nuestra realidad, las sirenas desgarran la ciudad, surge una simbólica puerta abierta que nos va mostrando la esencia de un escenario oscuro, un mundo donde todos temen, un «valle de los dientes de perro», que metafóricamente indica en uno de sus poemas.

Existe hermetismo pero también expectación, sensación de vivir una existencia negada, un mundo no convencional en donde hay sufrimiento, en donde el viento del norte es negro y aúlla, en donde solamente queda enumerar la tristeza y el desconsuelo. Una poesía que nace para la paráfrasis, pero también para las emociones, los estremecimientos, la profundidad en la esencia de lo real con su batahola alegórica de «Ángeles turbios de poderoso sexo/que llegan del lugar sagrado de los retretes/ponen un pie en el reino de las sombras». Esas sombras, esos ángeles de la muerte, que van apoderándose progresivamente del poema y penetrando directamente en la vida. Una vida, que, según Jurado López, «está en los pequeños detalles»; y esa vida es «irritante, irritable, prendida/con punzones, lluvia de espinas/para una vida llena de tiempo gris, más allá del/tiempo inestable». Una vida hermosa pero una vida absurda, devastada.

Surgen entonces poemas que expresan un tiempo desolador, como el dedicado a Sarajevo: «Habían bailado por última vez en el Sloga de Sarajevo/mientras fuera estallaban las granadas». Y la imagen de la gente en cola para buscar pan negro o leche, y el miedo a los caballeros de negro mientras se derraman las copas. Salutación de la muerte.

Una mirada que nos permite entrar en una serie de poemas que descubren la barbarie, que denuncian la persecución del ser humano, los asesinatos... y, al mismo tiempo, nos muestran su compromiso con esa realidad y el dolor, expresado a través de múltiples imágenes que muestra un sabor agrio, o el icono de «la ciudad que ya no/volverá a ser nada./Donde estaba la botica hay un burdel de hadas alcohólicas». Y sobre todo el desamparo ante el poder del más fuerte.

Todo ello construido con un discurso a veces narrativo, otras axiomático o reflexivo, implosivo, con matices para el sarcasmo como respuesta ante la imposibilidad de evitar esas tumbas, esas fosas comunes de Ucrania, esos fantasmas...

Un poemario intenso y comprometido con una sociedad dolorida: el anciano perdido, la mujer diezmada, viudas con sus muertos, el vagabundo que se detiene ante la luna de un escaparate y compara su mísera indumentaria y sigue el camino a ninguna parte, los apátridas que llegan de lejanas tierras: «¿Vosotros quiénes sois? ¿Qué lengua habláis? ¿De dónde venís? ¿De qué región habéis sido/expulsados? ¿Acaso sois apátridas?». Un mundo que le hace estallar irónico al poeta: «Hay que ser moderno -piensa-, frívolo, disoluto,/lucir rapada/la cabeza, depilado todo el cuerpo». Siempre existe en su palabra un profundo arraigo del sentido del ser en la tierra, un ser para la vida y para la muerte, inmerso en el dolor: «Ser hombre/es un malentendido de la naturaleza, una equivocación irremediable».

En definitiva, una lírica profundamente vital y humana, comprometida con el ser en una suerte de singular humanismo cívico.