Hasta el nueve de diciembre de 2012, las galerías superiores del patio barroco de la Diputación de Córdoba acogen una exposición antológica del pintor cordobés Emilio Serrano, un proyecto elaborado con dedicación extrema por parte del autor, cuyo fallecimiento, tristemente acaecido en enero de este mismo año, impidió al artista visionar conjuntamente esta síntesis retrospectiva de sus trabajos.

Era Emilio uno de esos artistas dotados, cuya solvencia le permitía desplegar con una dedicación intermitente su entrega a la práctica artística, que alternaba con su labor docente como profesor de Dibujo Artístico en la Escuela de Arte de Córdoba. Sin duda, en su mente bullían todo tipo de proyectos, que de haber secuenciado con una perseverancia y ocupación continuadas le hubiesen llevado a emplazarse en territorios de reconocimiento de un altísimo nivel internacional, y no obstante, a pesar de todo, sorprende lo alcanzado a este respecto en su recorrido profesional.

Si tuviésemos que destacar una característica del conjunto de su obra, sería ésta el hecho de que Emilio Serrano se empeñó en demostrar cómo un dibujo podía alcanzar rango de pintura; y lo cierto es que, al cabo, cuando despliega las potencialidades de su dibujo, "pinta"; mientras que cuando pretende pintar, "dibuja". Cualquiera que haya sido el medio plástico utilizado por un artista, el dibujo siempre ha constituido una destreza inherente a la técnica de realización elegida, y su despliegue ha determinado de manera crucial el resultado final de todo trabajo. Filipo Brunelleschi le confirió una fundamentación científica tras codificar la perspectiva lineal, al concretar un método para imitar sobre una superficie plana el espacio visualmente mensurable, y los más grandes autores del Renacimiento llegaron a considerar al dibujo como un arte en sí mismo, con valores propios. Su práctica supone la trascripción más inmediata de una idea, de un impulso, de un recuerdo... con unos simples trazos se puede definir y recrear toda una atmósfera espacial, o entidad volumétrica, en tan solo unos instantes. Mediante el dibujo podemos analizar y sintetizar las formas constitutivas esenciales de los objetos, eliminando lo superfluo; su praxis nos ayuda a desarrollar el sentido de la observación y la memoria, facilitando nuestra percepción de la interacción entre los objetos que vertebran el espacio; su instrucción y conocimiento propicia una mejor integración con el mundo circundante.

A través de unas ochenta obras, el espectador podrá visionar el "lineal" itinerario recorrido por el artista: sus iniciales estudios académicos; su incipiente dedicación a la figuración social a fines de los sesenta; su excepcional cualificación como grabador; la etapa de interactividad entre realismo mágico y espacio plástico; su constante testimonio de la presencia humana --casi siempre engastada entre ruinas--, silenciosos, concentrados, expectantes seres que habitan ante desolados paisajes; sus particulares bodegones; sus alegorías...

El trazo lineal de Emilio Serrano se nos muestra siempre efectivo para sugerir el volumen y recrear la profundidad, pero lo es igualmente cuando se perfila como contorno de los campos de color, actuando en este caso como recurso a través del cual se recortan las figuras y se define la forma de manera clarividente. Surgen así límpidos bodegones, de un color imposible, diríase ácido, reducidos a una bidimensionalidad esencial y decorativa. En ellos --claro está--, no aspira a imitar la realidad visible, sino a utilizarla como soporte de partida para situarse en un orden compositivo manierizante, en el que constatamos la presencia turbadora de una belleza irrefrenable. Se trata de una pintura de coloración plana, en cierto sentido emparentada con Gauguin, y también con Matisse, aunque en Serrano el cromatismo no deriva, premeditadamente, hacia la candidez de aquéllos.

Su propensión a la denuncia social nunca la abandonará, de tal manera que incluso en sus últimos trabajos las referencias testimoniales al chabolismo y la presencia de seres desarrapados y marginales son introducidas en su obra, como contrapunto al mundo ordenado y pulcro de sus bodegones: el orden intelectual que impera en la mente del artista se sitúa frente al caos que inexorablemente dispone la realidad.

En algunos trabajos se nos revela como un competentísimo paisajista, género que no cultivó con rango de independencia, en el que sin duda hubiese alcanzado magníficos resultados, prefiriendo introducir los paisajes urbanos de Córdoba o los agrarios de la campiña como fondos de sus composiciones.

Resultan altamente gratificantes las constantes huellas de referencias lineales, de bosquejos, replanteos y encajes reflejadas sobre el soporte pictórico, que testimonian fehacientemente el proceso de elaboración de los trabajos, contribuyendo a texturizar las obras con rango de categoría plástica definitiva; un homenaje al despliegue, al itinerario, al oficio, a la ejecución paciente y minuciosa, jerarquías que adquieren elevado valor artístico en el concepto global de su obra.

Juan Bernier supo sintetizar lúcidamente la redención que del mundo procuró hacer este pintor con alma de poeta, al afirmar que Emilio Serrano "pretendió plasmar del mundo -nada menos que- las circunstancias orteguianas que nos rodean".