Recuerdo cuando el profesor de Filosofía dijo que había que leer a Henry Miller, su trilogía rosa y sus trópicos. O cuando el de Redacción Periodística puso como lectura obligada Menos que cero, de Bret Easton Ellis. Más tarde ya, a través de una reseña inicial de Las partículas elementales, descubrí a Michel Houellebecq y, posteriormente, a Emmanuel Carrère y su monumental El reino. La provocación alumbraba en estos cuatro escritores, allá y acá del Atlántico. Parecía que había que romper con lo establecido para encumbrar la narración, incorporando dosis de sexo deshumanizado y de realismo pesimista. Miller es un escritor que hay que leer para descubrir el deseo de respiración en una sociedad excesivamente puritana como la americana de gran parte del siglo XX. A Easton Ellis lo abandoné tras la descarnada American Psycho. Mucho de lo que podía encontrar en Easton Ellis lo descubrí en sus dos primeras novelas, mientras que la tercera, con su gran violencia, fue el desconcertante dibujo final de una sociedad desesperanzada. El nihilismo de los seres humanos que se dispersaban por sus páginas recordaba el sentimiento de la vida de Sartre o Camus. Por cierto, Easton Ellis calificó en su día a Houellebecq como «el novelista europeo más interesante, provocativo e importante de mi generación». Y ahora llega de nuevo Houellebecq con sus eterna provocación, anticipándose a acontecimientos que luego se ven reflejados en la no ficción, y mostrando su gran desesperanza en la sociedad actual. «Una civilización muere simplemente por hastío, por asco de sí misma», dirá. No busquen consuelos, ni una novela al uso. Aquí se han roto hace tiempo las estructuras tradicionales. Sus 282 páginas son un cóctel de pesimismo, antidepresivos, alcohol y sexo, salpicadas de reflexiones personales a través de Florent-Claude Labrouste, un funcionario del Ministerio de Agricultura francés que está descontento con todo, hasta de un nombre que detesta. Aquí hay poco optimismo y mucha frialdad, alejamiento de cualquier visión humanizante y nula confianza en revertir la situación.

La narración se inicia en Almería, donde Florent-Claude espera a su compañera japonesa, Yuzu, a la que ya no soporta. Se encontraba de vacaciones en un lugar naturista. Hablará del aparcamiento del aeropuerto de Almería, que estaba sobredimensionado, «como todo en la región». Y de Franco, que considera que «podía ser considerado el verdadero inventor a escala mundial del turismo de lugares con encanto» y del «turismo de masas». Incluso, lo define como un avanzado del sector terciario.

Ya en París descubrirá que su compañera japonesa es habitual de orgías con personas y animales. Cansado de una relación que había muerto hacía tiempo, un día abandona la vivienda sin decirle nada y ya no la verá más. Florent-Claude tratará de regresar con algunas de sus antiguas compañeras, aunque el paso de los años o la indecisión no llegan a reencontrar una relación en un periodo que ya estaba marcado por los efectos del Captorix, un antidepresivo que libera serotonina, pero que provoca náuseas, la desaparición de la libido e impotencia. También se volverá a encontrar con un viejo compañero de Universidad, Aymeric, con el que rememorará los años de estudiante, «los únicos felices, los únicos en los que el porvenir parece despejado». Aymeric es descendiente de una familia noble normanda. Vive con más carencias que ingresos con una explotación de vacas lecheras, por lo que tendrá que ir vendiendo parte del patrimonio familiar cada cierto tiempo.

Los años que vivió con Camille serán los mejor recordados por Florent-Claude: «El mundo exterior era duro, implacable con los débiles, no cumplía nunca sus promesas, y el amor seguía siendo lo único en lo que todavía se podía, quizá, tener fe».

Pero todo será pasajero y esa civilización decadente que describe, su despreocupación social, le llevará a no denunciar a un pedófilo que logró huir de los bungalows que poseía su amigo Aymeric. Como conocedor de la agricultura francesa, irá describiendo la caída de Aymeric y de los ganaderos franceses por la pérdida de competitividad de sus explotaciones. «La agricultura es una industria pesada que inmoviliza capitales de producción importantes para obtener ingresos exiguos o nulos», reflexionará. Como anticipándose al movimiento de los chalecos amarillos, Michel Houellebecq narrará aquí el levantamiento de los agricultores ante la pérdida de rentabilidad de sus economías, como sucederá meses después con la insurrección social que aún se mantiene en Francia. El final será inesperado.

Las páginas pasarán describiendo el creciente ambiente de soledad de Florent-Claude y su aniquilación personal, a la espera de que se confirme el diagnóstico del doctor Azote de que se estaba muriendo. Solo, con la pastilla de Captorix.

‘Serotonina’. Autor: Michel Houellebecq. Editorial: Anagrama. Barcelona, 2019.