‘El hombre que vivió tres veces’. Autor: Manuel Piedrahita. Edita: Ediciones Tambriz. Baena, 2019.

Manuel Piedrahita (1934), uno de los grandes periodistas cordobeses vivos, ha publicado El hombre que vivió tres veces, su tercera novela. Se trata de una confesión íntima y conmovedora, histórica y filosófica de una experiencia vital marcada por el amor, sentimiento que ocupa todo el libro y que el autor sabe reflejar en sus diferentes matices: el amor inocente del niño, la sensualidad y el erotismo del adolescente y el amor a la vida y al oficio en la vejez. Así, el personaje es el hombre que ha vivido tres vidas: la de la infancia, la juventud y la senectud.

La acción comienza in medias res con D. Ramón viendo un documental conmemorativo de la Primera Guerra Mundial. Esas imágenes lo impresionan y lo arrastran a su infancia. El recuerdo hace que la historia adquiera una dirección lineal: el personaje es ahora ese niño que tiene cuatro años y vive el final de la guerra civil. Le marcan la ausencia del padre y la honda impresión que produce en él la educación en el colegio de monjas. Abre sus ojos al mundo al despertar de la naturaleza y al gozo atónito que causan en su sensibilidad infantil la primera vez que ve el mar o el momento en que por primera vez coge un ascensor. Es un niño que va descubriendo la vida y los sentimientos, no solo del amor, también de la compasión. «Moncho sintió algo en su interior totalmente nuevo. Fue la primera vez que experimentó compasión por un ser humano» (pág. 59).

Enfermo de pleuresía, explica su convalecencia en Fuencaliente, con sus tías y primos, en plena naturaleza y sumido en el fulgor de su adolescencia. Es un tiempo de experiencias conmovedoras: los estudios de reválida en Granada, sus lecturas, la pasión por la literatura, la religión y la sexualidad, los primeros viajes al extranjero, la política, el peso de una educación rigurosamente católica. Todo ello transita por el libro con naturalidad y belleza, con el tono íntimo de quien abre su corazón al lector, inmerso en un discurso del que no acierta a distinguir lo puramente biográfico de la ficción pero que forma un conjunto homogéneo, un relato humano y sentido de lo vivido y lo deseado, donde la memoria y la sensibilidad engarzan experiencias y deseos en un todo uniforme y completo.

El anciano D. Ramón es el tercer hombre marcado por el amor. Recuerda su pasado mientras por su retina pasan las distintas tonalidades de los olivos al atardecer. No puede estar ausente, en esta parte final del libro, el amor reverencial que el escritor siente por su tierra. La senectud es la época del recuerdo, de las lecturas y las tertulias, de la filosofía vital de un personaje que se pregunta «¿En qué consiste la felicidad?» y responde dos líneas después: «Asomarse a la mancha verdiplata de un campo de olivos al atardecer, preludio de la noche bajo la inmensa bóveda del cielo; cuando la luna brillante de invierno se pasea por el olivar y besa a un olivo solitario» (pág. 213).

Y en las tertulias que se suceden al final del libro se hará rápido y certero repaso de una miscelánea de variados temas de hoy como la despoblación, la memoria, el sexo, el amor, internet, tecnología, futuro, feminismo, lenguaje inclusivo, futuro espacial, Dios o el más allá.

El autor baenense no se aparta en este tramo final de su vena informativa y alude a asuntos de la más viva actualidad de forma clara y con poderoso pulso periodístico.