‘Campo de minas’. Autores: Élisabeth de Fontenay/Alain Finkielkraut. Editorial: Alianza editorial. Madrid, 2018.

Campo de minas es una obra de debate esclarecedor entre dos intelectuales franceses de primera fila, Elisabeth de Fontenay y Alain Finkielkraut, sobre temas presentes en la sociedad francesa y europea actual. La identidad nacional, la integración y la exclusión en el espacio multicultural, el papel de las mujeres, la escuela republicana laica, el islam, el comunismo e Israel y Palestina, son algunos de los temas abordados. Elisabeth de Fontenay es profesora en La Sorbona, investigadora con una larga carrera docente, que cree firmemente en el poder de las palabras. Por su parte, Alain FInkielkraut es miembro de la Academia Francesa, intelectual comprometido y controvertido que denuncia a las claras las muchas barbaries del mundo contemporáneo.

Alain y Elisabeth son amigos, y desde una perspectiva distinta del mundo, pero desde el respeto y la admiración mutua van allanando sus diferencias, tendiendo puentes donde sea posible, en una búsqueda paciente de puntos de encuentro, con los que reconciliar fraternalmente los sentimientos encontrados, las ideas de consenso, en unas reflexiones que hagan pensar al lector. Estos dos pensadores eligen el género epistolar en un denso texto donde aparecen autores como Diderot y Rousseau, clásicos como Pico y las figuras de Peguy, Ortega, Foucault y, sobre todos, Camus.

Alain Finkielkraut, autor de la celebrada La derrota del pensamiento (1987), es un judío francés tachado de conservador y reaccionario por sus adversarios, que fustiga decepcionado a una izquierda que justifica la opresión al no abrir los ojos ante el horror totalitario del comunismo, que alaba el heroísmo de los disidentes. Es acusado de eurocentrista porque hace una defensa apasionada de nuestra civilización occidental frente a aquellos que quieren aniquilarla en nombre de las leyes no democráticas, como el islamismo de revancha y conquista.

Este pensador inclasificable se opone a las teorías lepenistas, no es el representante de una Francia cerrada, ni puede considerarse un contrarrevolucionario, sino que defiende la pluralidad de ideas donde es posible avanzar juntos y se opone al declive de una sociedad democrática. Elisabeth de Fontenay forma parte de una izquierda que escucha a su oponente ideológico. Considera que la educación es importante en un país plural como Francia, donde el modelo de escuela republicana laica sigue siendo válido.

Coinciden los autores en que es deseable seguir viviendo juntos en la construcción de una nación y una sociedad entendida como una aventura colectiva.

La singularidad de Francia es el cuestionamiento permanente de su propia identidad nacional que ve amenazada por fuerzas externas. Ambos están de acuerdo en la necesidad de construir una sociedad inclusiva, donde se dé más un cruce que no un choque de culturas entre los franceses de pura cepa y los nuevos franceses procedentes de la emigración. En los colegios ha de impartirse un relato nacional de la historia de este país para forjar el alma de Francia. Una República acogedora, con un pasado de hospitalidad, donde el apego desesperado de una minoría a su diferencia y de la ideología del multiculturalismo sea superada por una identidad de gente de sangre mezclada.

Estos pensadores, desde sus discrepancias tienen voluntad de construir una idea común que supere a las de ambos considerando que la Historia es una ciudad común entre los vivos y las generaciones muertas. Defienden un patriotismo de valores humanitarios en favor de los oprimidos y están de acuerdo en que hay que potenciar la escuela desde la exigencia y la excelencia. Salvar la lengua, con el francés como lengua obligatoria y salvar la madre Tierra, desde el compromiso con la naturaleza. Se muestran pesimistas ante la modernidad, al denunciar los aspectos destructivos del progreso que nos trae la actual hegemonía de las tecnociencias en el mundo presente, pero, por otro lado, señalan que no somos capaces de entender un mundo sin anestesias y antibióticos. Únicamente políticas de reparación y preservación ecológica pueden salvaguardar una idea positiva de progreso y más humanitarismo hacia los demás. De lo que se trata es de pensar el presente desde un diálogo basado en la generosidad mutua que requieren los peligros éticos y políticos a los que nos enfrentamos de este campo de minas en que nos movemos, logrando que el tren de la historia no avance en dirección equivocada, sino en la senda de la Ilustración.