Desesperación, resignación, indignación... Todos estos sentimientos, en medio de muchas lágrimas, caras desencajadas y carreras con las manos llenas de bolsas de plástico sacando ropa y enseres de las casas, se palpaban ayer en Guadalvalle, la parcelación junto al aeropuerto más afectada por la crecida del río. Escenas que ya por la tarde se reprodujeron en la cercana de Altea, que quedó desierta ante la recomendación de bomberos y agentes policiales de que dejasen atrás sus viviendas ante el peligro de inundación.

Algunos vecinos, como Manuel Montero, salieron de su casa a las cinco de la mañana, cuando Protección Civil le advirtió del riesgo. La calle Las Tórtolas se inundaba. "Me ofrecieron alojamiento, a mí y otros vecinos, pero no hemos querido irnos. Queremos estar pendientes de las casas, de lo poquito que tenemos". A las 11 de la mañana, de su vivienda apenas se veía el tejado.

Unos metros más allá, en la calle La Perdiz, Carmen Perales había sido desalojada a eso de las 10.30 horas. "Nos han echado y no hemos podido coger nada. En menos de media hora ha subido el agua una cosa mala", apuntaba. Y no hacía faltan más explicaciones: vecinos y periodistas fueron testigos de cómo subía el nivel por momento en una larga mañana de desalojos.

Rafaela, con su casa tapada por las aguas, pedía ayuda desesperadamente: "El Defensor del Pueblo, el Ayuntamiento, alguien debe hacer algo... No somos perros, somos personas. ¿Qué vamos a hacer ahora?", se preguntaba amargamente.

Mientras los bomberos se afanaban con una zodiac por rescatar a innumerables animales --perros, gallos, un pony y hasta un cerdo fueron sacados de entre las aguas--, los vecinos reconocían la ilegalidad de sus casas pero aseguraban que nadie les advirtió de que estaban en zona inundable. "Esto es nuestra ruina. Nos ha costado muchos sudores levantar las casas y nadie nos avisó del peligro. Ahora no nos escuchan ni quieren ayudarnos", se lamentaba Gabriel Ureña.

"¿Donde están los políticos?", clamaba una vecina mientras se enrarecía el ambiente. El alcalde llegó por la tarde y tuvo que escuchar más de una queja, aunque negó que los afectados hubieran estado desasistidos. Así, señaló que ya en diciembre se desalojó a algunos vecinos, que la zona ha estado permanentemente vigilada, y que la Policía Local y los Bomberos les han tenido informados.

Poco más allá, en Majaneque, otras familias abandonaban sus casas. "No es normal que no nos hayan informado cuando esto el río crece a pasos agigantados", decía Israel Perales reproduciendo las quejas.

"Lo nuestro es ilegal. ¿Y el aeropuerto, que está inundado?", se preguntaba María entre un continuo ir y venir de coches, maletas y muchas lágrimas.