El presidente yemení, Alí Abdalá Saleh, se dio ayer un baño de multitudes en un intento de demostrar que aún tiene el apoyo de parte de la población y de restar protagonismo a las protestas masivas organizadas por la oposición en una jornada bautizada como el Día de la Despedida. Tras desafiar a los manifestantes refiriéndose a sus líderes como "aventureros conspiradores" que "actúan por malicia", volvió a repetir su oferta de dimitir a final de año para garantizar una "transferencia ordenada del poder". Pero la oposición no está dispuesta a alargarle la vida política tras 32 años de harapos y mano dura. "Ni diálogo ni iniciativas con este régimen muerto", dijo su portavoz.

Parece que Saleh busca ganar tiempo para asegurar la pervivencia de su régimen, como desean Arabia Saudí y EEUU, preocupados por un posible viraje yemení en política exterior o un desmembramiento territorial que fomentaría la inestabilidad a las puertas de las monarquías petroleras del golfo y dejaría aparente vía libre a los grupos de Al Qaeda activos en su territorio. Yemen es un país tribal que vivió partido en dos mitades hasta 1990. Saleh fue el último presidente del Norte y el único desde su unificación. Su familia y su clan controlan el poder.

RIQUEZA INAGOTABLE Reacio a renunciar a esta fuente inagotable de hegemonía y riqueza sin garantías de futuro, Saleh está negociando una "transferencia ordenada del poder" con la mediación de diplomáticos occidentales, informaba ayer Reuters. "No queremos el poder, pero necesitamos dejarlo en buenas manos, no en manos enfermas, resentidas o corruptas", dijo en un discurso en la capital, Saná.

Una de las figuras con las que se ha reunido es el general Alí Mohsen, pariente suyo y comandante de la región noroccidental. Cercano a los islamistas, Mohsen es el más poderoso de los militares que se sublevaron contra Saleh después de la matanza de 52 manifestantes desarmados el 18 de marzo. Según el Wall Street Journal, el pacto negociado contempla la dimisión de ambos jerarcas para dejar paso a un Gobierno civil de transición.

Y, mientras tanto, continúan las protestas masivas para exigirle que dimita, disuelva el Parlamento y el aparato de seguridad y se designe una asamblea constituyente para redactar una nueva Carta Magna. Desde la distancia, poco tienen que envidiar los yemeníes a los egipcios. Su ciudadanía se ha resistido a la sangre y las provocaciones del régimen sin incurrir en ningún momento en la violencia. Las manifestaciones, en las que ayer participaron cientos de miles de personas, siguen siendo pacíficas y ahora cuentan con la protección de los militares sublevados.

"La sabiduría de Dios ha querido que el pueblo de Yemen se mantenga en la calle protestando durante semanas para que la dignidad reemplace a la humillación", les dijo el imán durante la plegaria. Un nuevo viernes. La presión continúa.