La cara de terror de la pequeña subida en una de esas atracciones que pone el mundo al revés no se volvió a repetir de puertas para adentro. El Arcángel fue una fiesta de globos, que poco a poco se iban inflando con los acordes de Raphael de fondo. Alguna joven, recordando antiguos viajes por carretera en el coche de sus padres, se atrevía a tararearlo. "¿Qué pasará, qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche".

Los kilómetros de este apasionante recorrido expiran. Hasta el final mi Córdoba , se leía en una gran pancarta. Cuando fue retirada, aún había gente en la puerta tratando de trasladar el botellón de la arena a la grada. Los que llegaron tarde se fueron encontrando globos sueltos por el camino. Alguno aún volaba entre los asientos cuando el partido ya llevaba varios minutos. Otros se perdían por el cielo, lentamente.

Koki estaba radiante. Con un traje de sevillanas que hizo hervirle la sangre a un muñeco. Tanto, que se tiró alocadamente al césped. Era Stewie. El árbitro lo cogió de la cabeza y lo devolvió al graderío del fondo sur.

Un fondo muy voluntarioso que quiso integrarse varias veces. Retumbaron los asientos y propusieron hacer la ola. Se cortó en el primer sector de la preferencia. Segundo intento. Nada. Tercer intento... "¡Que no lo hagan más, por dios!".

Quedaban dos segundos para el 45 cuando el árbitro pitó el final. "¿Ya?". La fiesta se hace corta. Y el descanso, sobre todo para una pareja embobada con los colores del atardecer y para unos niños que competían en el lanzamiento de cáscaras de pipas. "Niño, que me has salpicado", se quejó la chica enamorada.

Con la noche llegó la exaltación del amor. Casi ningún jugador se quedó sin su cántico. "El público está muy animado; se nota que están un poquito...". El único conato de odio, cuando unos pocos sin memoria le cantaron al Cartagena "¡a Segunda B!", fue aplacado con los silbidos de la gran mayoría.

Nadie iba a empañar la fiesta, aunque para Koki acabara en el suelo, después de que Alberto García le zancadilleara. Era el colofón a otra gran noche de deleite en la que todos se fueron del estadio con una sonrisa inabarcable, sobre todo una chiquilla que aún sostenía un globo en su mano.