En el descanso cambié de canal y vi los últimos minutos del Levante -- Sevilla. Acababa de simular un penalti Juanlu y el árbitro se fue volando hacia él para sacarle amarilla. Rápidamente se formó una tangana y al colegiado se le soltó el muelle y sacó otra tarjeta por una protesta. "Se vuelven locos, es que se vuelven locos", comentó un amigo, refiriéndose a los trencillas. Y, la verdad, clama al cielo. Volvemos al Nástic -- Córdoba. ¿Cómo es posible que Charles reciba una patada brutal, merecedora casi de expulsión, y que el árbitro no solo no pite falta, sino que amoneste a López Silva por quejarse? No sé si verán los partidos grabados. Si no lo hacen, deberían. Quizá así se den cuenta de lo ridículo que queda que las palabras tengan mayor castigo que la violencia.

Y en lo deportivo, me gustó que el Córdoba llevara la iniciativa a domicilio, me gustó la sensación de superioridad, la de ver cómo el rival se conforma en su propio campo con el empate. Eso es de equipo grande. Pero faltó culminar.