"Quijote: Hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo". Más de 300 personas con igual definición, la que ofrece la Real Academia Española de la Lengua, se dieron cita en las gradas de Vista Alegre para empujar a su equipo, el Ciudad Real, en el objetivo de lograr la sexta Asobal y desequilibrar la igualdad con el Barcelona en la competición. Enfrente, precisamente, el conjunto blaugrana, que en principio parecía no tener a casi nadie a favor, si descontamos a Valero Ribera, que se situó en el palco muy cerca de Ricardo Rojas. Ambos componían una extraña pareja. Además, justo detrás del banquillo catalán, unos pocos representantes de la peña barcelonista de Fuente Obejuna Todos a una . El nombre sería premonitorio, porque a medida que el intenso duelo se calentaba, algunos barcelonistas infiltrados en la grada provenientes de Ciudad Jardín, el Centro o de Ollerías, no podían evitar exaltarse con los árbitros y distinguirse como culés camuflados.

De los casi cuatro centenares de quijotes llamaba la atención la edad media de los mismos, que podía rondar los 40 años. Incluso había alguno que, si no estaba metido en la sesentena, poco le faltaría. Eso sí, la intensidad que ponían en alentar a los suyos era la misma que se veía en pista. Tanto, que encontraron un objetivo rápidamente. No podía ser otro: Laszlo Nagy. El internacional húngaro lo ha ganado todo a nivel de club y sus 208 centímetros no son suficientes para que Hungría dé el último salto a la cumbre. Semejante tallo no podía pasar desapercibido para la hinchada rival, que se fijó en su media melena sujeta por una cinta negra: "Pooo-ca-jon-tas, Poo-ca-jon-tas ". Ver a Parrondo (1´86) intentando arrebatar el balón al húngaro mientras este lo sostenía en alto resultaba algo humorístico. La hinchada manchega reaccionó equiparándolo a la india. Lo peor de todo es que el triunfo azulgrana dejó injustamente en segundo plano la oda a la plasticidad que representa Luc Abalo, una mezcla de Michael Jordan y Thierry Henry. Un partido merece la pena verlo solo por él.