Ovación ininterrumpida ante la subida al escenario del equipo de El Médico al completo; ovación a cada uno de los elementos vivientes que han hecho posible el rítmico y corporal transcurrir de las voces caprilmente vestidas de este todo musical dirigido por Ignasi Vidal e Iván Macías. Un todo cohesionado entre tules de aterciopelada narrativa que, resonando entre armonías que transitan y hacen comunicar Oriente y Occidente, ha resuelto con un elevado sentido estético, propio de este arte del teatro, el libreto de Félix Amador basado en la novela homónima de Noah Gordon.

El brillo es el punto móvil que ha dominado cada dimensión del musical. Un vaporoso estallido se produce al comienzo de la actuación, expresando que la moda ha sido la primera en entrar en escena, a la vez que nos conciencia de su áureo y determinante papel en El Médico. El torso bígaro que reluce bajo la semitransparencia o la poética coincidencia de la forma plegada del corte de las mangas de la túnica del maestro Avicena que versa con la del pórtico de su escuela de Medicina, son ejemplos que apelan directamente al arte del diseñador Lorenzo Caprile.

Brillo surtido del esplendor de unas voces seguras y nítidas que han ocupado sin establecerse cada espacio de la coreografía de este relato de singularidades inciertas y muerte predicha que tan artística como discursivamente ha diseñado Amaya Galeote. Así mismo, ha relucido la profundidad y la multiplicidad de planos conseguidos gracias a la cuidada y tridimensionalmente atractiva escenografía de Josep Simón y Eduardo Díaz, cuya viveza es debida a la tenacidad del equipo técnico y a la iluminación, a cadencia de cada estrofa y maravillosamente precisa, de Felipe Ramos. El recurso de cierre de plano con la negrura de un segundo telón, la sensibilidad formal con la que se representa el interior, la memoria, del protagonista, con un centro creado por la superposición de diferentes focos en un mismo punto, su recomienzo reiterado durante su vivir, son elementos de contemporaneidad que enriquecen la obra y la actualizan.

Curiosamente, la muerte también ha sido brillo. Encarnada en la luz de la posibilidad en la oscuridad del porvenir humano, la muerte se ha revelado en el escenario por dos focos que cortaban el espacio musical y el tiempo mismo. La muerte es predicha con un don que la disuelve de la inhumanidad y extrañeza que Maurice Blanchot y tantos otros han descrito sobre la espera del morir mientras se vive. La muerte se acabará efectuando y se irá; saldrá del escenario dejando atrás la lápida de una ausencia que, esperanzada, vio un futuro soñado dictado en las estrellas. Certeza semejante a la del movimiento del tul irisado que cae por su peso y que en su ligereza frente al tiempo, configura un segundo plano que desgarra por lo que calla. Un tul que ha cubierto con vaporosidad un acontecimiento decidido contra la voluntad y el amor propio. 

El impacto de cada escena ha alcanzado el patio de butacas desde la vibración de la partitura que ha sido interpretada en directo con una deliciosa complicidad con el elenco actoral. No sólo la música, sino que hasta las estrellas nos han tocado esta noche; nos han envuelto en la historia que El Médico nos cantaba, haciéndonos caer en el primer plano de la posibilidad, del sentido de lo posible que circunda la vida, el cielo y el arte mismo.