La gente ya se echa las manos a la cabeza cuando le digo de dónde vengo, y se paraliza cuando añado adónde voy. El mérito no es hacer camino, sino despegarse de personas y sitios. Sin embargo, en mi día a día no me gusta estar pegado a nadie. Es incompatible vivir con alguien y correr a las once de la noche.

Camino de Vizcable, desde Nerpio.

Camino de Vizcable, desde Nerpio.

Dejo Andalucía.

Nunca la había atravesado de esta manera, en diagonal, entre tantos montes; veía carteles de Málaga, Córdoba, Granada, Jaén, y era como estar cerca de casa, pero a la vez perdido. Mi casa es una bici y cuanto antes lo asuma, mejor. Algunos de los lugares que he atravesado ya los pasé, en coche o en pequeños viajes de pedal, pero la diferencia ahora es la acumulación. Cuando pierdes la noción de las horas. Son los kilómetros, porque cien al día te machacan y esa fatiga la arrastras, pero cien al día también te dan mucho y ya no quiero bajar de ahí. Me instalé en un sufrimiento que me genera endorfinas. Entonces no sé si se puede hablar de dolor. Estoy bien físicamente, puedo pasar tiempo sin comer, no he tenido pájaras, tampoco sales minerales en los botes. La dimensión engulle al viaje. Cuando nos probamos, nos sorprendemos. Me voy conociendo conforme pedaleo.

El verano pasado me sirvió para ver qué tipo de noches me gustaban. Al principio buscaba el refugio de los pueblos y agradecía que alguien me diera cobijo en su casa. Ya la rechazo. Huimos de personas que antes hemos abrazado. Vamos cambiando de nivel sin saber dónde está el techo.

Cartel en La Sagra, en la frontera entre Andalucía y Castilla-La Mancha

Cartel en La Sagra, en la frontera entre Andalucía y Castilla-La Mancha

Es domingo. Habrá ciclistas por la Sierra de La Sagra. Viene un puerto fácil. “Nos desmoralizas”, me dice un grupo que me adelanta con sus ligeras bicicletas. ¿Te gustaría pedalear como ellos, sin tanta carga a tus espaldas? El falso deseo. Cuando tenía novia quería estar soltero. Cuando estaba soltero añoraba una novia. Ahora sé que quiero estar así. La carga a mis espaldas es lo que da sentido y coherencia a esta forma de viajar. Compro mermelada en una tienda ecológica de Nerpio.

Al entrar al bar de Sonia y Kema no sospecho que esa tostada con su pegote de mantequilla me va a servir para 50 kilómetros. Los 50 kilómetros más asombrosos. Es extraño hasta el nombre de la carretera: L-3. ¿Esto es Albacete? Un barranco a la izquierda, una mole gigante de piedra a la derecha, gravilla en el asfalto, que por momentos desaparece. ¿Cuánto es el ancho de este camino? No hay pueblos, ni siquiera cortijos, nada se atisba. Estoy en el vacío. ¿Qué fin tenía esta carretera? Las curvas se suceden, el traqueteo, esquivo baches, y cuando pierdo la cuenta de qué hora es, de cuántos kilómetros llevo metido en este embudo trepidante y delicioso, veo un cartel: Vizcable. ¿Pero qué estás anunciando? Nada ha cambiado, el mismo paisaje, ninguna casa, nada humano, hasta que tres, cuatro o cinco kilómetros después, imposible de saber por la ridícula velocidad a la que voy, me topo con una mujer que está limpiando su coche. ¿Cuánto llevo sin hablar con alguien? Me hubiese parado con un gato. Le pido un manguerazo. Se llama Lucía. El agua es una bendición. Le suplico que no deje de bañarme. Me trae dos vasos helados. Sale su marido, José, gorra, pecho y barriga a la vista. Son de Cartagena y la pregunta es obvia: ¿Qué hacéis aquí?

Carretera L-3, entre el embalse del Taibilla y Vizcable (Albacete).

Carretera L-3, entre el embalse del Taibilla y Vizcable (Albacete).

La casa les costó siete mil euros, la reformaron y es donde quieren vivir cuando se jubilen. José está sufriendo porque no llevo gorra. Me regala un sombrero de agricultor con publicidad del ayuntamiento de Cartagena. Cada vez que pedaleo se me vuela.

Aún queda otro puñado de kilómetros hasta Letur, un pueblo de 900 habitantes que me parece el centro del universo. Se me hace raro estar rodeado de familias, de bares abiertos.

Carretera A-46, donde se inicia la Sierra del Segura, hacia Pedro Andrés.

Carretera A-46, donde se inicia la Sierra del Segura, hacia Pedro Andrés.

Lola, mujer presumida y elegante, me invita a su chalet, donde está su hija con sus amigos. Me los presenta y se va. Me integro en el grupo de jóvenes post-adolescentes, entre copas, perros y patatas de bolsa. Al anochecer vamos a la inauguración del bar San Antón, donde dan cerveza gratis hasta las nueve. Se sorprenden cuando la pido con alcohol.