A sus 59 años, confiesa vivir un momento dulce -«Me falta que me paseen por Las Tendillas en aeroplano», dice-, algo que no solo se debe a la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes con la que ha sido recientemente condecorado, sino porque quizá haya conseguido «dominar a ese otro yo canalla que no cumple años». Asegura que tiene abiertas de par en par las puertas de la ilusión y, pese a los duros momentos por los que atraviesa el mundo, Antonio Canales sale de su refugio en el campo constantemente, ya sea para preparar un homenaje a la ciudad de Badajoz, algo en lo que trabaja ahora, o para pasar unos días en Córdoba como maestro. Encantado de volver a esta ciudad y «comer salmorejo, aunque no sea la época», hoy abrirá la nueva temporada del ciclo Maestrías y hasta el viernes impartirá siete clases magistrales en la escuela de Encarna López.

-Llega a Córdoba más como maestro que como bailaor. ¿Le gustan estas actividades?

-Sí, siempre me ha gustado dar clases y conferencias, y me las preparo igual que cuando voy a bailar. Me llena el corazón de orgullo abrir el ciclo Maestrías.

-Hoy, durante su conversación con la bailaora Nuria Leiva recorrerá su trayectoria, toda una vida dedicada al baile flamenco que le habrá proporcionado momentos entrañables.

-Muchos. Nuria y yo nos conocemos muy bien como personas y como artistas, por eso creo que vamos a crear un bonito paso a dos. Ella puede tirarme de la lengua en cosas muy personales, tanto en el arte como en la vida. En cuanto a esos momentos entrañables, recuerdo uno en Montevideo cuando fuimos con Torero. La escenografía iba en barco y una tormenta hizo que no llegara. Y en menos de doce horas construyeron un ruedo completo, una escenografía igual que la que llevábamos, que se después se quedó en un museo. En el teatro pueden ocurrir milagros como este.

-¿Le han dejado poso los disgustos?

-El poso de sobriedad que van dejando los años en mí no está construido solo de éxitos, sino también de ausencias, derrotas, disgustos. Pero qué sería la vida sin disgustos para poder luego saborear el gusto. Lo que ocurre es que soy un personaje público, me debo a ello, y hay a veces que no puedes permitirte ciertos lujos que para cualquier otra persona solo sería algo más. He vivido momentos duros en mis carnes, desamores, drogas, que han creado un poso en mí, pero lo importante es no tener rencor, sino intentar ser honesto y saber cuando te equivocas. Y no olvidar el motor de la ilusión.

-¿Cómo se ve usted en este momento de su carrera?

-Me falta que me paseen por Las Tendillas en aeroplano o algo así. He disfrutado, y también he llorado, pero el hecho de que me hayan dado la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes para mí es una corona en mi carrera. Y también lo celebro por las nuevas generaciones del flamenco, para que vean que se puede conseguir. Ahora trabajo en lo que me apetece, me he involucrado mucho en el mundo del cine y del teatro, estoy aprendiendo al lado de grandes actores. Ahora mismo, se me han abierto las puertas de la ilusión, vivo en el campo y entregado a la danza. Y dentro del momento tan duro que estamos pasando, estoy viviendo un reposo de mi momento dulce.

-Dicen que es usted un bailaor muy visceral. ¿Eso es bueno o malo?

-A mi me ha venido bien casi siempre, pero también me ha jugado malas pasadas. Una vez bailando con Manuela Carrasco nos rompimos un dedo ella y yo. También me ha costado mucho trabajo cuando he tenido que interpretar papeles mucho más fríos. Antonio Gades me decía: «¿Pero como tienes tanto genio? Eres un caballo desbocado». Hay un fuego dentro de mí que también traspasa al público, pero he tenido que dominar a ese otro yo canalla que no cumple años.

-En su aportación al baile flamenco. ¿De qué se siente más orgulloso?

-A mi estilo le llaman canalista, pero creo que esas cosas no se las propone uno, porque si lo haces no lo encuentras. El duende, la magia y el talento brota con naturalidad, que es lo que me pasó en los años ochenta, cuando empecé a crear una forma nueva de bailar. Porque yo vivía conforme a mi tiempo, conforme a esa movida madrileña que era una explosión constante de todas las artes. Yo lo he vivido todo, y lo mejor es que he tenido la suerte, el honor y el privilegio de encontrarme con un estilo, alimentarlo, engrandecerlo y hacer unos cimientos sólidos para que hoy se reconozca ese estilo de Antonio Canales.

-En el baile flamenco han entrado elementos muy contemporáneos. ¿Le gusta por donde va esta disciplina?

-Hay muchos bailaores que están a caballo entre el siglo XX y XXI que están en plena búsqueda de lo contemporáneo, y creo que nunca la danza flamenca tuvo mejor salud que en estos momentos. Pero esta pandemia ha truncado las ilusiones de mucha gente, espero que momentáneamente. El flamenco se hermana muy bien con la ópera, con el jazz, con el rock… Pero hay que tener cuidado porque una cosa son las fusiones y otra las confusiones. Lo que valga perdurará. Pero el que no arriesga jamás podrá encontrar nada.

.

-Uno de los que arriesgó fue Salvador Távora, que con su ‘Quejío’ se comprometió con el momento histórico. ¿Ve ese compromiso hoy con la cantidad de cosas por las que hay que gritar?

-Eso se está evitando ahora. En aquellos momentos, la censura cerraba los teatros y teníamos que hacer giras por otros países. Él marcó una época, una forma de hacer ese teatro andaluz, ese grito al campo, a la libertad, contra el caciquismo y el señorito. Hoy la gente no se atreve a eso, pero también es cierto que no ha pasado tantas necesidades, no vivieron una posguerra. Aunque las nuevas generaciones también tienen su ahogo, no lo quieren palpar en el arte, no quieren comprometerse para que el arte sea un grito, y eso es una pena y hay que volverlo a activar.

-¿Hay sustitutos de los grandes maestros?

-Mi generación es el intermedio entres esos grandes maestros ya desparecidos y las nuevas generaciones, nos dejaron el tesoro en nuestras manos y tenemos que intentar traspasarlo para que esas maestrías no se pierdan.