La arqueología ha descubierto en la reciente obra del Gran Teatro que su magia no comenzó en 1873, cuando se inauguró el histórico escenario, sino mucho antes. Fíjese a partir de ahora justo al entrar en el patio de butacas en una discreta tapa cuadrangular, una losa que cubre la entrada de nada menos que un profundísimo pozo en el que se han detectado mediante robots hasta tres niveles horizontales de galerías, según ha podido conocer Diario CÓRDOBA. Una estructura mucho más compleja del típico pozo de riego mediante noria que en un principio se pensaba que se trataba y que en realidad corresponde a parte de la red subterránea de corrientes y acuíferos de esta parte de la ciudad (naturales o construidos por la mano del hombre) que se pierde en el tiempo hasta llegar a los orígenes romanos de aquella ciudad fundada por Claudio Marcelo. De lo que sí hay constancia es de la existencia de una zona de huertas en el antiguo convento de San Martín, sobre lo que fuera el palacio de los Marqueses de Comares, un área que ocupaba toda esta manzana intramuros y cuyas raíces no se limitan al cenobio de monjas de San Martín, fundado en 1635.

En todo caso, la discreta losa que cubre el singular pozo, «que en un futuro puede ser sustituida si se hace una intervención de integración del hallazgo», explicaba ayer el arquitecto García Castejón, no deja de aportar aún más historia y sueños a un edificio ya concebido para albergar ambas cosas.