La muerte de Joaquín Reyes Cabrera, a los noventa años de edad, pone fin a una vida de intensa dedicación a la música, en las más diversas facetas de ésta, desde la interpretación a la composición, y con una labor docente que halla certera expresión en los muchísimos profesionales que tienen a gala haber pasado por el aula magistral de este hombre de grandes saberes, riguroso en su trabajo y austero en su manera de entender la vida. En el Conservatorio, desde los primeros años cuarenta, y, más tarde, en la Academia, Joaquín Reyes fue un músico que supo ganarse el respeto y aprecio de cuantos le trataron, y que dejó huella por su quehacer. Concertista, conferenciante, profesor, dinamizador de la vida musical de Córdoba, su nombre queda indisolublemente unido a las principales instituciones musicales cordobesas y a no pocos acontecimientos importantes vividos en nuestra ciudad en más de sesenta años de presencia viva. Porque, aunque jiennense de nacimiento, fue en Córdoba donde el profesor Reyes Cabrera desarrolló la mayor parte de su carrera, luego de brillantísimos estudios en el Real Conservatorio de Madrid (con maestros como Turina, Guridi, Cubiles o García de la Parra) y ulteriores años de perfeccionamiento en Alemania, en donde incluso llegó a recibir los consejos de Richard Strauss. Aquí vino en 1941, para ocupar la cátedra vacante de Luis Serrano Lucena, y aquí se quedó, adquiriendo desde el primer momento un notable relieve, acorde desde luego con un prestigio bien ganado; prestigio sustentado en una sólida formación académica y profesional, y rubricado con una impronta emprendedora.

De ahí que, al echar la mirada atrás, nos encontremos con una figura fundamental en la historia musical de la Córdoba contemporánea. Fue catedrático de Armonía durante más de cuarenta años, y director del Conservatorio entre 1945 y 1968, persona que durante más tiempo ha ocupado dicho cargo en la historia de la institución, numerario de la Real Academia (su discurso de ingreso versó precisamente sobre el Quijote en la música), ocasional director de orquesta, autor de obras didácticas, compositor de recias hechuras, excelente pianista... Y algo que creo fue determinante para la vida musical de Córdoba durante varias décadas, como es el haber fundado en 1954 la Sociedad de Conciertos, gracias a la cual Córdoba disfrutó de la mejor música en los años cincuenta, sesenta e incluso los setenta. Muchos melómanos habrá todavía que recuerden con nostalgia aquellas veladas irrepetibles en el Salón Liceo del Círculo de la Amistad, con artistas como Daniel Barenboim, Narciso Yepes, Salvatore Accardo, Alicia de Larrocha, Wilhelm Kempf, Rafael Orozco, la Orquesta de Cámara de Berlín con Hans von Benda... Pues bien, Joaquín Reyes no sólo fue el primer presidente y alma de esta formidable sociedad filarmónica, sino que, con el desinterés y la generosidad propias de los grandes artistas, no escatimó esfuerzos para poner su arte pianístico al servicio de renombrados solistas que actuaron en aquellos conciertos. Y es que Joaquín Reyes fue, ante todo, un enamorado de la música, a la cual se entregó desde niño con pasión y profunda vocación (heredadas de su padre, organista de la catedral de Jaén), y con una férrea voluntad. Por todo ello, y con el cariño y admiración de quien fue discípulo suyo y hoy ocupa el cargo que él engrandeció con su quehacer y entrega, en esta hora triste siento la necesidad de proclamar bien alto que se nos ha ido un eminente maestro y extraordinario músico, además de un querido amigo. Querido don Joaquín: descanse en paz.