Diario Córdoba

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POESÍA

Keats, la modernidad romántica

José Luis Rey traduce la ‘Poesía completa’ del escritor inglés en la editorial Almuzara

John Keats. WILLIAN HILTON

Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito sobre el agua», así reza tímidamente el epitafio de un joven poeta británico que muriera en Roma en 1821 y está enterrado en el cementerio de los Ingleses, cerca de la pirámide de Cayo Cestio. A la altura temporal desde la que escribimos, el personalmente discreto y recatado John Keats, tan tristemente desdeñado en vida por otros autores de más sonoro protagonismo social, se nos presenta a los lectores de hoy como el poeta más vigente de todo el gran siglo XIX inglés, así como uno de los fundadores de la poesía moderna, como un poeta precursor, que trasciende genialmente a su tiempo. Muerto a los veinticinco años, y habiendo casi dejado de escribir dos años antes, deja una obra exuberante y frondosa en sus inicios, como su mitológico ‘Endimión’, y su impresionante ‘Hiperión’, una obra de una conmovedora e impecable belleza en sus últimas odas, y que, felizmente traducido por el poeta cordobés José Luis Rey, nos brinda hoy la editorial Almuzara en su ‘Poesía completa’: un vasto volumen de 1.100 págs. y 20.000 versos en español.

La «capacidad negativa»

En sus célebres cartas Keats va a constituirse en uno de los más lúcidos expositores del fenómeno poético, y con su teoría de la «despersonalización» o de la «capacidad negativa del poeta», en el más próximo de todos los de su tiempo a la estética y a la sensibilidad de la poesía de hoy. A diferencia de Shelley, que realmente lo apreciaba y le dedicó, a su muerte, una elegía inmortal, frente al desdén aristocrático del soberbio Byron por el humilde mozo de farmacia (aunque luego tibiamente reconociera su error y su clamorosa injusticia crítica para con él), Keats consideraba a la poesía como un fin en sí misma. Poeta puro y obsesionado por la belleza, que para él tenía una significación casi inmanentemente metafísica, asimilada a la verdad («La belleza es verdad y la verdad, belleza. / Eso es todo cuanto necesitáis saber, / y más no os hace falta») su obra se mueve al margen de filantropías y reformismos sociales, como sí ocurría en la de Shelley; su poesía es la de un enamorado de la Naturaleza y de todas las formas sensibles, ante las que vibraba con todas las cuerdas de su ser como un instrumento musical, y a pesar de su breve existencia de estrecheces y fatigas, a pesar de tantos sinsabores, casi milagrosamente, llegará a acuñar en sus últimos años, casi a las puertas de la muerte, una serie de odas inmortales, de una perfección clásica y una inesquivable emoción, que traspasa la página, y llegan a convertirse en el más alto exponente del más depurado y vigente romanticismo.

Frente al egocentrismo exhibicionista propio del individualismo romántico, su ideal estético es la obra impersonal de Shakespeare. En sus cartas nos revela un afán casi doloroso de comunión con lo externo, con las mil formas de la vida. Frente al yoísmo absorbente del poeta romántico, Keats busca, por el contrario, la «impersonalidad», lo que él llama la «capacidad negativa», se borra a sí mismo del poema. Y así, al escuchar el sonido de la lluvia nocturna, nos confiesa cómo «me sentía anegado y pudriéndome como un grano de trigo», o, si se posaba un gorrión en la ventana nos manifiesta cómo «podía participar de su vida y picotear en la arena». Hasta tal punto podía transmutarse en cuanto veía y sentía a su alrededor.

Una concepción plenamente moderna

Esta capacidad de olvidarse de sí mismo y comulgar con las cosas y situaciones para transformarlas en poemas, es plenamente moderna. Y pensamos en Whitman, que no sólo era un hombre, sino que podía transfigurarse en todos los hombres y en toda suerte de criaturas, en los heterónimos de Pessoa, o los apócrifos de Machado.

Nuestro poeta, con su teoría y sus poemas, parece anticiparse a la admonición que lanza Rainer María Rilke, quien llegaría a sentenciar. «¡Triste maldición de los poetas! Usan el idioma lleno de ayes para decir dónde les duele, en vez de transformarse duramente en las palabras como el cantero de la catedral se muda en la torpe indiferencia de la piedra!».

Keats sí se transmutaba en el poema. Keats sale de sí mismo, como si su propia persona no le interesara nada y sí todo el mundo en torno, desde un ruiseñor o unas frescas flores primaverales, desde las fragantes brisas del otoño a una imaginaria urna griega o las estatuas de Fidias expuestas en Londres, para convertirse en el poeta menos egotista, en el menos egocéntrico y egoísta de todo el parnaso romántico. Pues ya nos advertía el poeta francés Lanza del Vasto de cómo «la embriaguez de la poesía se debe a que se bebe la sangre de las cosas»; y el joven John Keats sentía ¡y cómo! esa comunión consanguínea entre él mismo y toda la belleza del mundo, a la que se sentía predestinado.

Nuestro poeta corona su obra con el prodigio de sus odas. Su excelsa sensibilidad, su concentración expresiva, la nitidez plástica de su dibujo y la armonía del verso se aúnan a su experiencia del dolor, a una sensibilidad voluptuosa y a su casi religioso amor a la Naturaleza para conseguir algo excepcional e inmarcesible.

Anticipándose a la filosofía estética de Schopenhauer, la contemplación de una obra de arte substrae a quien se abisma en ella del angustioso curso de la Voluntad y del tiempo, anulándose así la dolorosa conciencia de individuación por parte de contemplador, víctima de sus pasiones, de sus apetencias, deseos y anhelos insatisfechos, serenados, al menos transitoriamente, por la armonía del objeto artístico contemplado, que deja en el contemplativo una remansada sensación de ataraxia, al margen de las turbulentas aguas del agitado decurso de lo temporal.

Y al igual que las labradas figuras en el ánfora griega no pueden cambiar ni corromperse, como sí hace siglos lo han hecho sus propios modelos que ellas representan, en la «Oda a un ruiseñor», el canto melódico del ave seguirá, igualmente, escuchándose incorruptible a través de todas las primaveras, radiante e inmutable, y eterno en su belleza, como irónicamente burlándose de las caedizas generaciones de hombres que lo escuchan.

John Keats es el poeta romántico que ha merecido, quizá una más constante atención en la poesía española el pasado siglo. Pero he aquí que esta impresionante ‘Poesía completa’, traducida fervorosamente por José Luis Rey, nos da una idea totalizadora y acabada de la fecunda, varia y proteica magnitud de su poesía y su desconocido teatro.

En una ambiciosa tarea traductológica José Luis Rey se ha propuesto un extremado reto literario: volver a escribir, pero en español, y en verso perfecto de métrica y prosodia, la poesía completa de los grandes poetas ingleses, y así lleva traducida las obras de Emily Dickinson o T. S. Eliot, entre otros, en una personal consagración a la poesía, y quien escribe estas líneas tiene la satisfacción de reseñarlo y reconocerlo aquí, desde estas páginas.

'Poesía completa'

Autor: John Keats.

Traductor: José Luis Rey.

Editorial: Almuzara (2022).

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