‘Hará sol’. Autor: Rafael Antúnez. Editorial: Utopía Libros. Córdoba, 2020.

Resulta sorprendente ir comprobando la evolución de la escritura de Rafael Antúnez, desde sus primeros tanteos, pasando por libros ya como apuestas decididas en los que lo lírico y lo formal tienen un poso y la llegada hasta esta depuración última, este giro que imprime a su manera de mostrar el verso. Quizás el libro que precede a este último (Sentado junto al muro), de prosas poéticas, marca un poco la senda a seguir por el tono reflexivo que elige, y en la que Antúnez parece encontrarse muy cómodo. Todo el camino trazado no ha sido la pérdida de la voz, sino la progresión, la búsqueda, y esa indagación no ha sido en vano. Lo perceptivo como punto de contacto, donde hay fricción hay roce, y eso parece producirse en ese contacto del mundo interior con lo de fuera. Ese roce es el que genera y produce una chispa, un motivo que nos conduce hacia el poema y su carga reflexiva. El sujeto toma distancia con la situación desde los primeros instantes del libro: «Las ondas se suceden/como piedras lanzadas en el lago./Y quedas reducido/a un punto, una línea en el tiempo». Pero lo subjetivo se convierte aquí en una realidad central, que el sujeto va abordando desde todos sus matices, a veces sin tener claro que el enfoque por el que opta sea el definitivo o inmutable: «Solo tomas parciales/de cuanto veo/dentro de mí». La mirada hacia fuera vuelve también hacia dentro, y en ese tránsito queda a la intemperie lo contradictorio del sentir y de mirar, con la figura de ese observador muy latente: «La vida como un lienzo/donde el hombre ocupa/el centro de la escena». Y el azar del momento es intenso, se muestra con impulsividad y toma cuerpo en la sugerencia fugaz de lo que se intenta atrapar en los versos, tratando de dejar la emoción a un lado, en el sentido de que no implique en exceso a la voz que canta. Para todo ello el autor se vale de imágenes sugerentes, metáforas que absorben los distintos planos, y cuya visibilidad da consistencia al poema, no solo por la forma, sino también por el momento en el que aparecen. La danza del espíritu absorbe todos los elementos de la naturaleza, y el conocimiento de ese entorno no se muestra en sus certezas, sino en sus dudas y destellos, y Antúnez maneja con soltura los tiempos para no explicitar, para dejar oculta esa parte como suspendida e inquietando: «Sobre el hombre diría/lo que nadie/se atreve a decir». La lentitud como motivación de fondo, el enfoque del concepto de lo temporal se refleja en esa especie de inmediatez que parece congelar cada escena, cada pensamiento, para que las únicas certezas que recibamos sean las de lo cercano, lo mínimo, trascendidas desde el momento en que se repara en ellas. El esfuerzo de la competición que esta sociedad promulga, queda en entredicho durante la línea general de los poemas. Y la voz contempla, produce movimiento, en ese acto de amar todo lo que destila belleza y no se deja descifrar del todo. Tomarnos el tiempo dentro del tiempo, acercarnos sin temor a cada interrogante, con la calma de quien no busca la inmediatez de la respuesta, sino todo lo que se percibe desde su invisible presencia.