El pasado de Santaella está presente en el mismo corazón de la localidad. Culturas de todos los tiempos impregnaron los muros que se han alzado en sucesivas etapas sobre la tierra que sustenta al pueblo y que han dado como resultado lo que hoy puede contemplar el visitante. Las casas que ocupan el centro histórico han crecido abrazando a la antigua atalaya árabe que se va perdiendo entre sus paredes.

Todo se concentra en torno a la plaza Mayor, donde pervive un torreón desdentado del castillo y parte de su muralla almohade, que aún conserva rasgos iberos y que sirve de cinturón a la zona conocida como Villa Vieja. Allí están el ayuntamiento, la posada, la cámara agraria y el Arco de la Villa y, un poco más adentro, la iglesia de la Asunción, erigida sobre los cimientos de una antigua mezquita del siglo X, que, después de años de abandono, por fin está recibiendo los mimos que merece.

El castillo, presente en la vida de Santaella desde el siglo XII, no puede contemplarse hoy sin tener en cuenta el patrimonio que lo rodea. Pero, sin duda, el edificio de más belleza por la singularidad de sus balcones y su portada de ladrillo es el que ocupa la cámara agraria, que fue sede del ayuntamiento. Esta construcción barroca de piedras desiguales luce con orgullo bajo las almenas de las murallas. El particular diseño del enrejado de sus balcones es uno de sus atractivos.

Todo contribuye a crear una imagen diferente de la fortaleza de Santaella, que, unida a otras construcciones, no parece tan derruida como otras ni se muestra como una torre solitaria que lucha por mantener su altanería sobre los tejados. Las murallas y el torreón aumentan su valor al estar indisolublemente ligados de una forma u otra a las joyas de Santaella.

PATIO DE ARMAS El patio de armas sigue siendo hoy un espacio abierto bajo el sol y las estrellas que se utiliza como cine de verano o como escenario para distintos espectáculos. A través de él se accede a la torre de la fortaleza. La gallardía que exhibe exteriormente contrasta con su desolador interior, ya que ha quedado reducida a un palomar, aunque aún perduran los nichos abovedados de sus paredes. De todas formas su estructura mantiene signos que evidencian su esplendor pasado, como la riqueza ornamental de su ventana. Desde dentro de la torre se ven más restos de la fortaleza, que se pueden contemplar también desde otros puntos.

Santaella tiene la particularidad de poder ofrecer al visitante distintas panorámicas de la ciudad desde sus miradores. El más cercano al castillo es el que está en las mismas escaleras que hay delante de su torre. Subiendo nos encontramos con el Arco de la Villa, una puerta con arco de herradura apuntado que guarda en su interior un recuerdo para los caídos. Llama la atención por las almenas que la coronan engarzadas al lienzo de la muralla, omnipresentes siempre en las imágenes que sugiere la localidad.

A la estampa señorial que se contempla desde la plaza Mayor no le han faltado historias que hablan de pasadizos secretos y mazmorras. También hay testimonios que se refieren a los aljibes que le sirvieron para mitigar la sed de otro tiempo. Pero la verdadera importancia que en el pasado tuvo el castillo de Santaella radica en que actuó como frontera con el reino nazarita. Al igual que otras localidades vecinas, ésta fue reconquistada por Fernando III en la primera mitad del siglo XIII, momento desde el que convivieron moros y cristianos en una aparente armonía que duró poco tiempo, hasta que los primeros fueron expulsados unos años después. La villa, y por tanto la