«Recuérdele a los visitantes que mis abuelos compraron el monasterio sin puertas ni ventanas». La marquesa del Mérito, Victoria Elena López de Carrizosa y Patiño (nieta del aristócrata y bodeguero jerezano José María López de Carrizosa y Garvey y la cordobesa Carmen Martel y Arteaga Fernández de Córdoba) quiere que quienes paseen por la belleza contenida del claustro gótico o por el imponente compás del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, en Córdoba, sepan que en 1912 esta joya arquitectónica era apenas «un esqueleto», otra víctima del saqueo, varada a la falda de Sierra Morena, como su vecina Medina Alzahara, con quien mantiene un diálogo de más de seis siglos.

Rafael Jaén, gerente del monasterio y conocedor apasionado de sus misterios, habla siempre de las dos vidas de este edificio: 500 años bajo la protección del león de la orden de San Jerónimo (desde 1408 hasta la desamortización de Mendizábal, cuando pasó a manos del Ayuntamiento de la ciudad y de otros propietarios), y desde 1912 hasta hoy, a cargo de los marqueses del Mérito, que han restaurado y conservado la iglesia, el compás o la sala capitular de los monjes, y construido en parte de sus instalaciones una casa en la que pasan las temporadas del año (entre mayo y junio, entre septiembre y octubre) que no están en Bélgica. 

«Me pregunto qué hubiera ocurrido con el monasterio si hubiese seguido abandonado y expuesto al saqueo», reflexiona retórico Jaén, que trabaja estos días con el Consistorio cordobés --se espera que el alcalde acuda el día 4 de octubre-- para ampliar el marco de visitas que, por ahora, solo se articulan a través de la Junta de Andalucía. «Nuestra intención es ir incorporando estancias a la visita para hacerla más jugosa y sumar al Ayuntamiento como institución», comenta. 

«Me pregunto qué hubiera ocurrido con el monasterio si hubiese seguido abandonado y expuesto al saqueo», reflexiona Rafael Jaén

Precisamente ahora los propietarios de este Bien de Interés Cultural (BIC) abren de nuevo sus puertas (se trata ya de la sexta edición de las visitas) con 16 pases gratuitos de 45 minutos a lo largo de ocho sábados, que se iniciaron ayer, 25 de septiembre, y se prolongarán hasta el 11 de diciembre (la web para inscribirse es la del conjunto arqueológico Madinat Al-zahra , que se abrirá cada lunes previo al sábado de visita a las 10 horas). Las visitas de la Junta tienen la suerte de ser guiadas por los voluntarios de la Asociación de Amigos de Medina Azahara, en concreto por Fuensanta García, Pepe Moreno, Manuel Pedregosa, Ana Suárez y Ana María Zamorano.

Imponente fachada del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, su imagen más conocida que recuerda al muro sur de la Mezquita. FRANCISCO GONZÁLEZ

El puñado de privilegiados que pasearán por donde pisaron un día Isabel la Católica (que dirigió desde allí la toma de Granada), Felipe II (cuando convocó cortes en Córdoba), Felipe IV (camino de Doñana) o el Gran Capitán y en la era contemporánea el doctor Fléming, Hemingway o Manolete concluyen la visita con deseo de ver más. «Tenía tanta ilusión, he intentando tantas veces conseguir entrada actualizando la página de la Junta que... La ilusión, con todo, ha superado mis expectativas», admite Olga Alonso, guía turística y una de las personas que accedieron al monasterio por donde, cuando allí vivían monjes, estaba prohibida la entrada a mujeres salvo bula papal. 

La arqueóloga de la Universidad Autónoma de Madrid Ana María Zamorano condujo ayer al grupo por los secretos del segundo edificio más grande de la ciudad (después de la Mezquita), ubicado en una vaguada protegida de los vientos, de sustrato volcánico y regada con 8 acuíferos, que confluyen en una hermosa huerta que sirvió para dar de comer al medio centenar de monjes que llegó a habitar el cenobio (como recoge San Jerónimo de Valparaíso. La joya oculta de la sierra de Córdoba, de Manuel Nieto-Cumplido) y a los 60 huéspedes que podían alojarse en su hospedería (convertida hoy en habitaciones privadas). 

La huerta sigue teniendo vida y a una le parece como si en vez de en la sierra se hallara en la vega misma del Guadalquivir. «Esto es un microclima. Allí plantó el abuelo de la marquesa el aguacate que trajeron de Cuba, que no es como el de aquí, que es mantequilla», señala el jardinero de la casa, que promete que al amanecer Medina Azahara se ve desde este mirador privilegiado «como si fuera de oro». Además, hay plataneras, granados, cerezos, naranjos y una bignonia capreolata que en enero viste de naranja la fachada que mira a Córdoba.

Claustro del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso en Córdoba. FRANCISCO GONZÁLEZ

Ana María Zamorano también parte su explicación del ojo clínico que tuvo Fray Vasco de Sousa, el monje portugués que trajo a Córdoba la orden Jerónima (se encuentra enterrado en el monasterio) y promovió su construcción en esta ubicación privilegiada. Para levantar esta joya del gótico, en los terrenos cedidos por la noble Inés de Pontevedra que llegaban hasta Córdoba la Vieja, se acarrearon sillares, piedras y materiales del entonces oculto y expoliado yacimiento omeya, iniciando ahí esa conversación centenaria entre los dos enclaves, así como del acueducto de Valdepuentes.

La visita se inicia por el majestuoso compás del monasterio, donde se yerguen la fachada de la iglesia (con un parecido asombroso a la del Palacio de Congresos de Torrijos) y el muro de la antigua hospedería, que los marqueses a principios de siglo encontraron prácticamente derruida y en la que los monjes acogían a los peregrinos que iban de paso. «El trabajo por la conservación del inmueble es constante por parte de la propiedad. Gracias a la marquesa, las obras de restauración nunca paran», explica la arqueóloga. De hecho, en estos momentos está en obras la iglesia (por eso no se puede visitar), ya que se está sometiendo a una limpieza sus muros, pero se puede ver su torre girada en el último cuerpo (sello de los Hernán Ruiz, como la de las iglesias de San Andrés o San Lorenzo) y su reloj de sol.

«El trabajo por la conservación del inmueble es constante por parte de la propiedad. Gracias a la marquesa, las obras de restauración nunca paran», dice Ana Mª Zamorano

La visita continúa por la antigua portería, decorada con austeridad con muebles traídos de toda Europa a lo largo del siglo XX. «Se podía haber hecho un pastiche, pero se optó por no perder el aire monacal del edificio», comenta el gerente del monasterio, que cuando hace de guía somete a los visitantes a lo que para él es la prueba definitiva: «¿Le hubiese extrañado cruzarse con un fraile en algún momento de la visita?, les pregunto y la respuesta es siempre no».  

De hecho, si uno visitara solo el claustro --de los pocos de estilo gótico que se conservan en Andalucía--, podría cerrar los ojos, oler los limoneros, escuchar el rumor del agua en su fuente y sentir cómo los monjes, con sus hábito blanco y el escapulario marrón, aún cantan las horas (los marqueses encontraron diez cantorales, que se encuentran ahora custodiados por la Biblioteca Municipal, la Mezquita-Catedral y Santa Marta). 

Torre y reloj de sol de la iglesia del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, que se encuentra actualmente en obras. FRANCISCO GONZÁLEZ

Desde el claustro se atraviesa un pasillo hasta las antiguas dependencias de los novicios, que estaban separadas de las de los monjes, y que hoy es un patio típicamente andaluz de cal, que tiene una fuente con una boca que es una reproducción del famoso cervatillo de Madinat Al-zahra. Sobre la auténtica pieza arqueológica hay una historia curiosísima detrás íntimamente unida a la figura de Ambrosio de Morales, que como el monasterio tuvo también una segunda vida. La primera como monje en San Jerónimo se interrumpió cuando al castrarse para ser fiel al voto de castidad fue expulsado de la orden, y una segunda vida, como humanista, historiador y arqueólogo. En su obra Antigüedades de España cuenta cómo encontraron dos cervatillos, uno se quedó en Córdoba (tras la desamortización pasó a manos del Estado y es la primera pieza catalogada del Museo de Bellas Artes de la ciudad) y el otro lo regalaron al monasterio de Guadalupe, de la misma orden como el del Escorial o el de Yuste. La arqueóloga Ana Mª Zamorano relató ayer la historia de ese cervatillo, que cruzó la frontera francesa junto a otras obras de arte en las sacas de un militar francés y que terminó siendo subastado por Christie’s en los 90 de este siglo y comprado por un jeque que lo donó al Museo de Doha en Qatar. Ese cervatillo regresó temporalmente a la ciudad donde se hizo, en la exposición El esplendor de los Omeyas en 2001. 

La visita concluye en la sala capitular, donde el prior daba las órdenes diarias a los monjes, y en la que se conservan unos bellísimos azulejos (muy similares a los de la Capilla de San Bartolomé), y desde donde se accede a una balconada desde la que, en los días de cielo limpio, se divisa Sierra Nevada con precisión de telescopio. Además de estas estancias y las habitaciones privadas de sus propietarios, se conservan vestigios de lo que fue el scriptorium o el refrectorio (donde aún suena la campana que llamaba a los frailes a la comida), o la antigua sala In pace, la misma que desde 1408 a 1835 acogió el reposo de los jerónimos «y ahora es un grandioso salón con calor de hogar», como recogía en CÓRDOBA la periodista Rosa Luque en una entrevista a la marquesa del Mérito. En aquel encuentro, la propietaria de San Jerónimo de Valparaíso explicaba que cuando su familia lo compró «en el año 1912 esto era un esqueleto, una ruina; no quedaba nada dentro, ni un mueble, ni un cuadro, ni un plato. Y había habido iglesia, huerta, taller, biblioteca, cocina, hospedería para 60 personas y hospital. No había puertas ni ventanas, y llovía dentro. Estuvo 70 años vacío y el deterioro fue muy deprisa. No había ni vegetación, aunque luego creció rápidamente (...). Fue peor que partir de cero, porque es más fácil hacer algo nuevo desde los cimientos que arreglar una piedra por aquí, otra por allí». 

Las piedras son parte del relato de este edificio que un día fue un lugar de oración y recogimiento, pero también de hospedaje y caridad. Piedra como la que se encuentra en el compás del monasterio y sobre la que se ha colocado una enorme cruz de hierro. La roca llegó justo ahí en 1975, después de desprenderse de la montaña y rodar hasta el monasterio destrozando uno de los muros. Los marqueses no la quisieron quitar y permanece al igual que los sillares omeyas o el mármol de Cabra, huesos de ese esqueleto que hoy cobra vida, como testigos impasibles de la historia.

Torre y claustro del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso en Córdoba. FRANCISCO GONZÁLEZ